viernes, 27 de abril de 2012

Reseñas de los lectores: Diario de invierno de Paul Auster





Tú no eres amigo de las biografías, mucho menos de las autobiografías. Sospechas, no sin razón, de algo escrito para contar cosas sobre uno mismo y  para ocultar las cosas incontables de uno mismo. Son cortinas de humo, te dices. A veces hasta con escupitajos sobre el propio escribano, pero, sospechas, la mayoría de esas autocríticas están destinadas a desviar la atención sobre lo  que no se nombra.

Tampoco eres un enamorado de Paul Auster. Es un escritor importante, ¡le dieron el Príncipe de Asturias, ganará el Nobel!, y como a tu mujer le encanta, (o a tu chica, o a tu compañera, o como quiera que llames a esa persona que se despierta a tu lado y te hace soportable la vida), pues has leído alguna cosa suya, ¿Trilogía de Brooklyn, La noche de las ilusiones, El día del oráculo?, y, la verdad te gustaron. Es más, si haces memoria recuerdas que te gustaron mucho aunque luego se te amalgamaran todas en una sola. Haz un esfuercito. Sí, las casualidades convertidas en causalidades, las coincidencias, el azar organizando el caos de la existencia, las pequeñas cosas, ¿pequeño el momento inesperado cuando conociste al gran amor de tu vida?, capaces de convertir cualquier instante en un punto de partida. Sí, vas a leerlo.

Te engancha desde el primer momento, al fin y al cabo todos los adultos hemos sido niños y tú también te escapaste una vez de la mano de tu madre, te caíste y te abriste una brecha en la frente, mira, mira, aquí tengo la cicatriz. Te das cuenta de que cuenta las cosas como sin darse cuenta, y tú ni siquiera te das cuanta de cómo cambia de tiempos y escenarios, porque, eso lo sabe todo el mundo, cuando se recuerda la vida nunca se recuerda de forma lineal, minuto a minuto, día a día, año tras año consecutivamente. Sabe contar una vida a retales, la continuidad del salto temporal. Oye, te has enganchado.

Empieza y va y te dice que ya tiene sesenta y cuatro tacos, ¡bicho!, aunque en la foto del libro parece mucho más joven. Y te habla de los achaques. Todos sabemos algo acerca de la nebulosa de órganos que nos habita, pero llega un momento en que ya sabes exactamente no solo donde los tienes sino también, ay, donde te duelen. Fumo porque me gusta toser, pordiós, te dices a ti mismo, este tío es un colega. No importa que ahora tú seas mucho más joven. Ese momento también me llegará, colega. 

El capítulo de su vida a través de los lugares donde ha vivido, todos, te parece extraordinario. Ves el paso del tiempo por las cosas ocurridas en las casas ya vividas. Yo también podría hacerlo, piensas, y luego piensas que no, que las cosas escritas, descritas, con tanta sencillez son algo muy difícil de pasar al papel con tanta limpieza. Por eso él escribe libros y tú los lees. Tranquilo. Él también piensa que formáis el equipo perfecto.

Pero además, no le saca el cuerpo a cosas de las que nunca se habla. Cogió una gonorrea, chico, eso no se cuenta. Y una vez pilló ladillas y se las pegó a su mujer, maestro, cállate. Pero te gusta, te gusta mucho que hable de cosas que a ti también te pasaron, o le pasaron a un amigo, pero tú nunca te has atrevido a contarlo, casi ni a recordarlo hasta ahora, cuando él te devuelve como tuyos los recuerdos suyos. ¿Y lo del aborto?

Lo del aborto es demasiado. Tú te ves con un amor juvenil, el escaso pan de los años jóvenes, con aquella medio novia pirada del todo. Y de repente, el problema. Y los dos a la clínica a hurtadillas, cabizbajos, avergonzados, el mal humor, la sensación de fracaso, el fracaso. Y eso lo vas a llevar siempre encima, no vas a dejar nunca de preguntarte qué hubiera sido si… por favor, para que luego venga un obispo, o un rabino, o un atildado ministro tan sin sustancia como un moco a darte la monserga, cuando eres tú quien les puedes enseñar a ellos la compleja asunción del dolor, la terrible disyuntiva de tener que elegir. El dolor malcomido y eterno. Solos los dos. Llorando.

Y luego habla de su madre. A lo largo del libro la ves pasar, la ves vivir, ¡mamá es tan importante!, y luego la ves envejecer, la ves morir. Y cuando ya piensas que ha acabado con ella, empieza la disección retrospectiva en un doloroso ejercicio de sicopatología forense, (hacer la disección en vida no hubiera sido autopsia sino asesinato), con una crudeza no exenta de amor. Y es que mamá, ¡sorpresa!, además de mamá fue una mujer, otra persona.

Y termina hablando de sus amores. Bueno, termina y empieza. Por supuesto, el importante es el último, apenas lleva durando, el presente es eterno, algo más de treinta años. No cuenta, nos oculta, su obra. Ni una sola mención. Pero la de ella la narra y la rastrea y la exhibe. Y, no sin retrogusto amargo, relata la alegría de esa nueva familia a la que se ha incorporado, nuevos padres, nuevos hermanos, nuevos sobrinos, hace tanto tiempo que ya es la suya, la familia de su mujer, donde se ha sentido más en familia que nunca.

El libro es pequeño, pero tú sabes que es grande. Hasta te recuerda aquella letal autobiografía de un suicida ejemplar, Stefan Zweig o algo así se llamaba. También ahora sientes una vida ajena muy dentro de la tuya, oye, hasta te ha emocionado, tonterías las justas, te ha gustado como si fuera una novela o más aún. Se lo recomendarás a tus amigos, lo regalarás en cumpleaños y cuando vuelva el reno de Papa Nöel. Pero no dirás nada, tuya es la ofrenda, de ellos debe ser el descubrimiento.

Y cierras el libro con una tristeza dulce, una tristeza para compartir.

Lo ha escrito para ti a los sesenta y cuatro años, justo cuando acaba el otoño, justo cuando empieza el crudo invierno de nuestra desventura.

Autor: Javier Guzmán

2 comentarios:

  1. Está clarísimo que para gustos se hicieron colores. Me gustan mucho las biografías, y más aún las autobiografías, porque sobre todo quiero conocer el punto de vista de la personalidad que suscita mi interés. Las omisiones o tergiversaciones , en su caso, en que pueda incurrir el autor de sus memorias también hablan de sí mismo.
    Sin embargo este libro de Paul Auster lo abandoné a no sé cual página; sospecho que la vida de Paul Auster no me interesa nada, ni me decía nada hasta donde leí...Siento discrepar tanto de tu comentario, pero es así. Un saludo

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  2. Un Auster menor! No acabo de pillar ese recurso a la segunda persona para hablar de sí mismo. Aún así, es Paul Auster!!!!

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