jueves, 1 de septiembre de 2016

Ocios estivales III

Por Santiago López Navia

Duélese Tediato de que su suerte con el proceder ajeno sea siempre la misma y vaticina la causa segura de su fin


Oye mi planto, Fabio, caro amigo,
aunque lo que has de oír no es cosa nueva
(pues ha ya mucho tiempo, bien te consta,
que para mí, cuitado, no hay remedio).

No curo de las viles asechanzas
que en derredor me crecen como setas.
En todo el mundo fío, y así pasa:
que se me queda cara de panoli
(si es que me queda cara tras el trance,
pues con harta frecuencia me la rompen).

¡Cómo recuerdo, Fabio, en estas horas
las útiles lecciones que me dieron
aquellos dos ilustres mis amigos!
El uno, general de artillería;
el otro, compañero en los afanes
por desasnar a los adolescentes
(en tiempos, porque todo ha de decirse,
en que los asnos, Fabio, no eran tantos).

Jamás podré olvidar lo que el primero
me confesó en conversación amena:
–Tediato, escúchame, yo no me fío
ni de mi amado padre (en paz descanse).

Y cuántas veces vuelve a mi memoria
aquello que el segundo me espetara
tras escuchar la charla seductora
de alguien que no era lo que aparentaba,
o bien no aparentaba lo que era.
Recuerdo que era calvo (y nada tengo,
oh Fabio, bien lo sabes, contra aquellos
que lucen dignamente su alopecia).
El caso es que, acabado su discurso,
yo concluí, cual siempre, confiado
(por no mudar en esto mi costumbre):
–Paréceme, Cratilo, que es un hombre
profundamente…
                                    –Calvo –interrumpiome–,
profundamente calvo, no te engañes,
Tediato, o ha de pasarte lo de siempre.

¡Cuán sabias sus palabras, vive el cielo,
y cuán duros en cambio mis oídos!

Con todo lo que te he contado, Fabio,
y todo lo que aún ha de ocurrirme,
yo sé muy bien, pardiez, por qué motivo
he de rendir el alma cuando venga
la fría Parca a verme en hora aciaga.
No he de morir de fiebres ni de reúma,
ni por el fiero cancro consumido,
ni el mal francés me llevará a la huesa,
ni de la peste la terrible lacra,
ni el sarampión, la tisis o el infarto
quebrantarán mi carne marcesible.

En mi epitafio, Fabio, estará escrita
la causa inevitable de mi muerte:
"Aquí yace Tediato. Caminante:
reza por él. Murió por gilipollas"


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