Cuando tenía 13 años,
a David Vann (el autor de la novela) su padre le pidió que le acompañara a
pasar con él un año en una isla perdida de Alaska. El niño no quiso acompañarle
y unos meses después su padre se suicidó. El padre era un hombre depresivo y
con problemas varios, pero Vann se ha preguntado toda la vida qué habría pasado
si le hubiera acompañado.
La mayor parte de la novela
transcurre en una isla de Alaska, despoblada, a la que un padre y su hijo de
trece años llegan en un hidroavión, que les deja y se vuelve a ir, con la
intención de pasar un año en una cabaña alejada de la civilización (solo pueden
mantener contacto exterior a través de una radio). El lugar es idílico: rodeado
de bosques y montañas, junto a una bahía. El lugar perfecto para llevar una
vida auténtica. El planteamiento es un poco el de Thoreau en su cabaña junto al
lago Walden (más radical, pues la cabaña de Thoreau estaba a solo dos
kilómetros del pueblo más cercano). Pero a Thoreau lo perdemos pronto de vista.
Enseguida sabemos que el niño no
quería hacer ese viaje y que ni él conoce mucho a su padre ni su padre le
conoce mucho a él. Son padre e hijo, pero en lo más hondo son dos desconocidos.
Más adelante comprenderemos que esta relación concreta es una metáfora de
cualquier relación.
Es otoño y empiezan a llegar los
primeros fríos. Durante los primeros días nos recuerdan a Robinson Crusoe:
cortan leña, cazan, pescan y ahúman carne, tratan de aprovisionarse de todo lo
necesario para sobrevivir al largo invierno. Algunas tardes exploran los
alrededores y se internan en una naturaleza salvaje que es uno de los grandes
protagonistas de la novela. En nada se emplean tantas palabras en esta novela
como en la expresión de esa abrumadora presencia material tan concreta. No
falta el encuentro con la incontrolable fuerza animal, ejemplificada en un
gigantesco oso pardo. Pero no es en el exterior donde está el peligro.
Como cualquier construcción verbal,
la lectura de esta novela no se resentiría si aquí se contasen los puntos clave
del argumento (una buena novela es más una secuencia de palabras que un
conjunto de ideas), pero es mejor que cada uno llegue a ellos por su cuenta.
Esta es una soberbia novela de
aventuras, a la vez exteriores e interiores, que tiene un poco de algunos de
los escritores norteamericanos que a uno más le gustan: el nombrado Thoreau, el
Jack London del Gran Norte, el Cormac McCarthy de Meridiano de sangre, incluso la vida al aire libre de Huck Finn (solo ese aspecto; no hay nada
del buen humor de Mark Twain)... escritores que ahondan en la oscuridad más
grande del corazón humano y lo hacen con palabras claras.
Después de leerla, uno le
ha dado muchas vueltas a esta historia. Uno sospecha que este Vann ha debido de
pensar mucho en lo que podría haber ocurrido si hubiese ido con su padre. Y en
lo que debía haber ocurrido. La literatura explica lo que tenía que haber
ocurrido, la vida siempre se equivoca. Quizá ha llegado a la terrible
conclusión de que lo que ha escrito es lo que realmente ocurrió.
No está bien, porque no está bien, suicidarse poco después de que un hijo te niegue algo. Si no sale novelista, o artista, o sale mal artista, a ver cómo se saca todo eso de los adentros. Parece que esta novela corrobora la malvada definición de novela que aparece por este mismo blog, unas entradas más atrás: "la pueril ocupación de inventarse amigos imaginarios y construirles una vida a su/nuestra medida". La novela como medicina o como purga, como decía Cela, es una posibilidad que abunda. Y una posibilidad terrible.
ResponderEliminarA mí no me escandaliza la motivación que lleve a alguien a escribir una novela. Entiendo que puede haber muchas motivaciones: algunas serán más conformes a lo que para nosotros consideremos éticamente aceptable y otras no. Pero creo que lo importante no es eso, sino el resultado. Y no resultado para el que ha escrito con un objetivo determinado -en este caso, si ha conseguido purgarse con la escritura-, sino el resultado para el lector.
EliminarNo he leído aún esta novela; pero, si como ahí se indica, "es una soberbia novela de aventuras, a la vez exteriores e interiores, que tiene un poco de algunos de los escritores norteamericanos que a uno más le gustan", ¿qué importa lo que ha llevado a escribirla?
Dilecto Luis. A mí no me escandaliza nada que tenga que ver con una novela. Y desde luego coincido en que lo que importa es el resultado. Me asombraba, eso sí, de ese suicidio posterior a la negativa de un hijo, que puede tener consecuencias mucho peores que una novela, que además salió buena, como nos indica Emilio. Personalmente me aterra la posibilidad terapéutica de una novela. Puede que funcione (como terapia); pero una novela es un artefacto tan complejo, que ese uso me parece peligroso. A no ser que la persona que se medica con la literatura sea dueña de un virtuosismo tal, que se permita zambullirse en la escritura sin lidiar con la frustración, la autocrítica, la exigencia estética, y salir indemne de esa pelea. Es como poner a un enfermo a diseñar su quirófano. Por otra parte, quién sabe si no serán terapias todas las novelas, destinadas a paliar algún dolor o alguna carencia. Posibilidad que me sigue pareciendo aterradora. No para los lectores, sino para quien escribe.
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