lunes, 7 de septiembre de 2015

Ocios de estío (2), Epístola amoral a Pablo

Como continuación de aquel ocio de hace un año, que, bajo el título "En lo terrazo de mi alta", firmaba el Conde de Abascal, recibimos ahora el que nos envía don Ferrán de Calatrava, acompañado de la siguiente nota:

Tienen aquí los discretos la segunda entrega de la serie Ocios de estío, iniciada hace ya un año por nuestro señor el Conde en lo terrazo de su alta. A continuar tan brava labor Ferrán de Calatrava se dedicó con ahínco, y ahí envía esos versos, con el deseo de entretener un algo a vuesas mercedes y distraerlos de la desazón que supone la vuelta a la rutina. 



   Epístola amoral a Pablo

De Ferrán de Calatrava


Pablo, las Esperanzas cortesanas
iguales son en todo a las de aldea,
y tan honestas como casquivanas.

Muy engañado vive aquel que crea
que por morar en rústico poblado
por fuerza ha de bailar con la más fea.

Y yerra el que al carnal trato inclinado
más fía de la corte el beneficio
que el que se está en su pueblo retirado.

No nace la hermosura del bullicio
ni está el deleite todo en una parte,
que en todas partes hay el mismo vicio.

Desoye a quien se atreve a censurarte
por ver en tu discreto apartamiento
perdida la ocasión de solazarte.

¿No hay, Pablo, otro lugar para el contento
que la encumbrada corte licenciosa?
¿Quién sabe lo que pasa en tu aposento?


No cures de la música engañosa
que entonan los galanes cortesanos;
no caigas en la trampa maliciosa

donde cayeron otros, tan ufanos.
Del sabio sólo atiende los consejos
y no quieras oír pregones vanos.

¿Qué importa a tu solaz que vivas lejos?
¿Aquello es un erial sin vida alguna?
¿No está lleno Alpedrete de conejos?

Cuando te place holgar y por fortuna,
o por gracia del cielo o del diablo,
encuentras la ocasión más oportuna

para batir la sierra, dime, Pablo,
¿qué no estremecerá tu lanza fiera?,
¿qué pieza escapará de tu venablo?

Goza, pues, de esa vida placentera
en tu rincón seguro y deleitoso
y no te engañe esotra lisonjera.

Muéstrate moderado y cauteloso
en los mudables lances de Cupido;
que no te venza el genio impetuoso.


Enfrena la pasión, sé comedido,
no vuelques en exceso tu apetencia,
no tengas el tizón siempre encendido.

Y porque más estimes mi advertencia
quiero aquí referirte algunos casos
tomados del arcón de la experiencia.

Verás venir con renovados pasos
las damas que anteayer, sobradamente,
me dieron su veneno en dulces vasos.

Verás a la liviana y la prudente;
la ardorosa verás  y la templada;
verás a la taimada y la inocente.

Dispuesto ya, con voz entrecortada,
pues aún brilla su luz en mi memoria,
las voy nombrando en forma nunca usada.

Vengan primero Paz y después Gloria,
y denme luego un poco de Consuelo,
que al cabo he de quedarme sin Victoria.

Yo perseguí el amor con tanto anhelo
que hube de combatir con mi albedrío;
mas siempre la razón perdió ese duelo.


Pues, ¿no fue acaso loco desvarío
ponerme a recordar otros amores
tumbado en unos prados con Rocío?

Por eso estuve en cama con Dolores,
y luego padecí tal calentura
que tuve sin Remedios más temblores.

Mas no volqué en las damas mi amargura,
que a todas me mostré desenfadado
y a todas traté siempre con dulzura,

con mano blanda y toque delicado,
huyendo del desgarro y la aspereza:
Estrellas hay que saben mi cuidado.

Gocé de la alta alcoba la tibieza;
pasé la noche en toscos cobertizos;
sentí del bajo lecho la dureza.

Y echado en chuscas chozas y chamizos
no por azar me despertó la Aurora,
ni por azar rocé sus recios rizos.

A la alta dama amé, y a la pastora;
a quien juzgué ser Casta y era Pura;
a la gentil criada y la señora.


Y la que más me hirió con mano dura
fue aquella con quien tanto discutía
y no cambiaba nunca de postura.

Si “Vuélvete, Paloma”, yo decía,
“y cesa ya esos gritos y habla quedo”,
al punto airadamente respondía:

“No he de callar, por más que con el dedo
me toques en la llaga de amor viva.”
Y más volvía a gritar; y daba miedo.

Ya oculta, Pablo, la memoria esquiva
los pétalos caídos, los colores
de aquella edad lejana y fugitiva.

Me acuerdo bien de Hortensia y de otras flores,
en tanto que de Rosa y Azucena
apenas si me llegan los olores.

Y al fin todas se van; queda la pena
de ver cómo la luz se debilita:
el tiempo no reduce su condena.

Mas no se han de ir aún sin que repita
que no desfallecí, que fue mi empeño
amar a Mar, y amar a Marga, y Rita.


Pero volvamos ya del dulce sueño
de aquel pasado alegre y bullicioso,
que no vendrá el futuro tan risueño.

¿O piensas tú que el tiempo riguroso
no secará tu savia gota a gota?;
¿que habrá de ser contigo más piadoso?

¡Oh, condición mortal, que solo nota
la ruina y el estrago cuando queda
tan sólo el resplandor de la derrota!

No detendrá el reloj su terca rueda;
no perdonará el tiempo su peaje;
no habrá calamidad que no suceda.

Olvidarán las fuerzas su hospedaje;
pisotearán los años la guirnalda
que ostentosa luciste en raudo viaje.

Vencida de la edad tendrás la espalda;
el báculo más corvo y menos fuerte;
ya ni del monte subirás la falda.

Y adiós te digo, Pablo. Que la suerte
te lleve por camino virtuoso;
que te conceda el don de conocerte.


Y cuando caiga el velo silencioso
de la perpetua noche sin mañana,
te encuentre en paz, colmado y venturoso,
dormido en el arrullo de una Nana.

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