Yo diría que todo el mundo, aunque no lo sepa, conoce algún cuento de O.Henry, alguna de sus historias sentimentales, ingeniosas, con final inesperado. Se han adaptado a tantos medios (cine, televisión, cómic...) que es difícil pasar por la cultura occidental sin toparse con alguna de ellas. Yo leí de niño un tebeo en el que a una joven que está enferma y tiene delante de la cama una ventana desde la que ve un árbol se le mete en la cabeza que cuando caiga la última hoja del árbol (es otoño) ella morirá y tardé muchos años en descubrir que era un cuento de O.Henry, uno de los mejores. Pero si no es ese, nos podemos haber tropezado el de la pareja que, para hacerse un regalo de Reyes, hacen, cada uno de ellos, un sacrificio conmovedor, o el del mendigo que, al llegar los primeros fríos intenta inútilmente que lo manden a la cárcel, o el del joven que busca de pensión en pensión el cuarto en el que se suicidó su novia... O con alguno de los que ocurren en el Oeste: el del sherif que lleva a un detenido esposado, los de asaltos a bancos (el propio O.Henry pasó unos años en prisión por robar en el banco en el que trabajaba).
Pero ahora me quiero fijar en uno de los de Nueva York. Uno que se titula “Una tragedia en Harlem” y que no se reedita mucho, quizá porque se puede considerar una apología de los malos tratos. A pesar del título, no es un cuento trágico. Al contrario: tiene tono de comedia. Es un cuento en el que se banalizan las palizas de los maridos a sus mujeres, se presentan incluso como deseables. Es más: se acaba ridiculizando a un hombre que se niega a pegar a su mujer. El argumento es este. Una mujer presume ante su vecina de las palizas que le pega su marido. Muestra orgullosa un ojo morado, los distintos hematomas que adornan su cuerpo. Son pruebas de que me quiere, dice. Además se va a pasar toda la semana compensándola, gratificándola, digamos (le comprará una blusa, irán al teatro, etc.). La vecina siente envidia. Piensa que su vida es plana y que su marido es un aburrido. Un día se decide a provocarle y a la vez que le dice que se niega a lavar la ropa le golpea, para ver si reacciona. El cuento acaba... Mejor no lo cuento. Quien sienta curiosidad, que lo busque.
Esto me recuerda un fragmento de El árbol de la ciencia, la espléndida novela de Baroja. Hay una joven solitaria que en algún momento dice cuánto le gustaría tener un hombre. Alguien que la quisiera. “Aunque me pegara”, dice.
No sería extraño que hubiera muchos más ejemplos. Lo que me pregunto es: ¿Esto responde a un sentimiento femenino realmente? ¿Estaba en la mentalidad femenina de la época? ¿O forma parte del imaginario masculino? (ambas historias están escritas por hombres).
No hay comentarios:
Publicar un comentario