martes, 5 de febrero de 2013

De como el rey Philip sobrevivió al ataque de los vikingos (4)


  Por Javier Guzmán

 Millenium, tochazo de más de dos mil páginas, editado en tres volúmenes, que fueron apareciendo justo a tiempo para poder leer el siguiente inmediatamente después de haber terminado el anterior.

   El primero se llamaba Los hombres que no amaban a las mujeres.

   En esta primera entrega el autor presenta a los personajes y utiliza una acción colateral para consolidar su estructura. Sus dos protagonistas son un hombre y una mujer (faltaría más, eso funciona desde Adán y Eva), la Salander y el Mikell de los cojones, preciosa descripción la trascripción del traductor, ambos luchadores contra un sistema que les atropella sin pudor y con ensañamiento. Ella es una muchachita frágil, canija punk (según el autor, físicamente no vale un pedo), perseguida por psiquiatras (la consideran débil mental), policías (es una peligrosa delincuente) y abogados (mejor no hablar), aunque a la hora de la verdad de fragilidad nada, ella es de hierro y no de manteca, es la gata ¡karateca! Y en cuento a mente de demente ¡niente!, es una Einstein de la informática con un cerebro que se mueve con la velocidad y precisión de un misil de ojiva nuclear sobre el objetivo fijado. Ella tiene dos protectores, su primer controlador social al que le da un ictus (pobre niña, lo poco que el sistema le presta la naturaleza se lo manga), y un empresario propietario de una red privada de seguridad (suelen ser los paradigmas de la honradez y los negocios limpios). Por el medio vejaciones, violaciones, extrañas relaciones, cámaras ocultas y demás recursos cinematográficos porque la novela, concebida como un todo, repito, iba a ser llevada al cine desde antes de empezar a imprimirse. Él es un hombre triunfador, un periodista independiente, íntegro, comprometido, consecuente, serio y divertido (¡jolín!, la de cosas guapas que tienen los suecos), dirige una revista especializada en sonrojar al sistema y tiene un ligue, Erika, con la que mantiene la relación de erotismo ficción más descabellada de la literatura universal (bueno, tal vez eso sea mucho presumir, pero no deja de ser curioso que en las dos versiones de cine, la sueca y la americana, esa relación baje de intensidad y que el personaje del feliz amigo marido cornudo consentidor, se minimice). Pese a tantos valores, ¿o precisamente por tenerlos?, Mikell ha fracasado en su intento por desenmascarar a los poderosos de la banca/industria y ha terminado en la cárcel de papel.

    Los dos, el Mikell y la Salander, se cruzan por imperativo del guión y se van a un islote témpano, aún más al norte, para desentrañar un extraño caso de desaparición. Es la única parte de la trilogía que presenta un problema policial clásico. Por supuesto, los malos son nostálgicos del nazismo (con lo que curamos en salud a la democracia sueca), y demonizamos el mal en el horror de la extrema derecha europea. Nadie se siente identificado con esos perversos racistas (y si se identifican se lo callan y luego asesinan al primer ministro o a sesenta adolescentes de la juventudes socialistas en un apacible islote noruego). La desaparecida aparece en Australia de granjera ovejera, ¡toma ya!, el chico bueno (periodista) es rehabilitado y la chica frágil con su ordenador biónico le afana a uno de los malos ¡tres mil millones de euros!, y las traspasa de sus cuentas a las suyas situadas en lejanos paraísos fiscales. Nadie es capaz de rastrear la pista del dinero. Dentro de las incongruencias de la novela, esta es de las más sangrantes. Vamos, es como si al pirata Morgan le quitan su botín, le dejan en pelota de la noche a la mañana y el pobrecito, y sus dos mil asesores, no se entera por donde sopla el viento. Y los lectores encantados: la chica buena le saca la pasta gansa a los malos. Eso es lo que en Milenium se plantea como justicia social. ¿A que es muy potito? 

  La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina es la segunda entrega de la saga Millenium. Si en la primera los malos son los nazis, en esta son los restos del naufragio comunista soviético. ¿No querías caldo? ¡Pues toma dos tazas! Los dos totalitarismos del siglo XX se aparejan en bellaquería y así la democracia representativa europea se queda de rositas. La niña Salander es hija de una madre buena (algo que se intuye porque ese personaje pasa de puntillas por el libro), y padre que más que malo es la aislación química del mal. Un ruso de mierda que se cambia a tiempo de bando cuando su sistema se desbanda. El estalinista tiene otro hijo, un gigante albino insensible al dolor, como los leprosos, y obediente a las órdenes de papi sin la mínima protesta. Después de Adán y Eva, Caín y Abel. (El que dos hijos del mismo padre tengan una estructura física tan antagónica carece de importancia). La nena quiere vengar a su mamá, maneja motos mejor que Valentino Rossi y termina en una granja difusa casi muerta, con la cabeza destrozada y enterrada. Pero, para complementar la incoherencia del personaje, ejerce de zombi (muerta viviente), se desentierra, mata al padre, descacharra al hermanastro mayor y se venga, porque la venganza es el hilo conductor de la historia como en El Conde de Montecristo, cuyo hálito traspasa toda la trilogía.

   Este final tan incongruente como imposible atenaza al lector/espectador y le deja babeante para la próxima entrega.

   A la tercera, La reina en el palacio de las corrientes de aire, va la vencida.  Ahora los pocos malos (nostálgicos nazis con ayuda de excrementos soviéticos), amparados por un fallo del sistema intentarán acabar con la volátil protagonista. Y entonces, ¡tachán, tachán!, aparecen los buenos (policías, políticos, jueces e, ¡increíble!, hasta abogados honestos), que impedirán la injusticia y convertirán la maldad en anécdota canalla de unos pocos. Eso sí, los malos son de lo peor (el psiquiatra no solo obedece órdenes de un difuminado y no legal departamento de recontraespionaje, también es un pederasta que limpia, fija y da esplendor a la asquerosa pornografía infantil). Al final todo se resuelve (el famoso Happy End), la justicia triunfa, el sistema se depura a si mismo de pequeños fallos, y la nenita ya puede disfrutar de los millones robados como le salga del forro.
   Se pregunta Vargas Llosa:
            Si uno toma distancia de la historia que cuentan estas tres novelas y la examina fríamente, se pregunta:¿cómo he podido creer de manera tan sumisa y beata en tantos hechos inverosímiles, esas coincidencias cinematográficas, esas proezas físicas tan improbables?
   Pues lo mismo digo, don Mario.

   Y me pregunto yo: ¿cómo este éxito editorial, en particular, y el lago helado de la negra literatura nórdica, en general, puede relegar al olvido a los maestros y a las obras maestras del género?

1 comentario:

  1. ¡Me quito el cráneo! Gracias por esta singular reseña, Javier, cargada de sutiles andanadas contra "el negocio del libro" y adobada de buen humor. Escritos como éste son las únicas tablas a las que, en este piélago de intereses revueltos y turbulentas estulticias, podemos asirnos los náufragos de hogaño. Saludos, José Ramón.

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