viernes, 21 de septiembre de 2012

Los propios dioses, de Isaac Asimov


La idea del multiuniverso, es decir, la presencia de universos paralelos al nuestro, quizás tuvo su origen en Andrei Linde y la teoría de la inflación del universo (en muy poco tiempo éste se hinchó en una magnitud comparable al universo observable hoy), quien visualizó que ese mecanismo inflacionario ocurre constantemente, en lugares al azar tanto en tiempo y espacio, dando lugar a espontáneos alumbramientos. Como el proceso es aleatorio, de vez en cuando se producirá una burbuja en la que la inflación dura lo suficiente como para crear un universo, de modo que los big bangs se suceden continuamente, con universos brotando de otros universos. En cada uno de esos universos las leyes de la física pueden ser totalmente o ligeramente distintas de las que gobiernan el nuestro.
Pues bien, en el año 1972, Isaac Asimov escribió un relato, Los propios dioses, que sorprende por su clarividencia y anticipación a las consecuencias de lo que suponen estas ideas hoy tan aceptadas entre físicos y cosmólogos.
La historia de Asimov tiene lugar en el año 2070, en una tremenda crisis energética que cuestiona la vida en el planeta. Un científico, Frederick Hallam, descubre casualmente que muestras de tungsteno 186 se convierten espontáneamente en plutonio 186, elemento que debería ser inestable en nuestro universo, liberando grandes cantidades de energía en forma de electrones. Hallam construye entonces una bomba de electrones que supone para la humanidad una energía gratis e ilimitada, y para el físico su encumbramiento. Sin embargo, tanto Hallam como algunos otros científicos de su entorno ya se han dado cuenta de que nada de esto es casual. El plutonio 186 es estable porque procede de otro universo en el que la fuerza nuclear tiene la intensidad necesaria para resistir la repulsión de los protones, y ese trasvase de materia está planificado por inteligencias de ese parauniverso. Debido a que la fuerza nuclear es más intensa que en el nuestro, sus estrellas agotan el combustible en poco tiempo. Su universo agoniza y es por ello por lo que cambian el para ellos inútil plutonio por tungsteno 186, que les permite fabricar una bomba de positrones con la que compensar la mengua de energía de sus soles. Son conscientes del peligro que supone para nuestro universo el paulatino incremento de la fuerza nuclear –en poco tiempo podría hacer explosionar una parte o la totalidad del universo–, pero se trata de la supervivencia del suyo. Y también parte de la comunidad científica incluyendo al propio Hallam se dan cuenta del peligro. Pero ya es tarde. La ambición y sobre todo una humanidad acostumbrada al uso ilimitado y gratuito de la energía, parecen impedir una vuelta atrás. Ni siquiera los propios dioses –en alusión a una obra de Schiller– son capaces de lidiar con la estupidez humana.
No quisiera desentrañar más la trama, y mucho menos desvelar su conclusión. Baste decir que el final tiene que ver con el alumbramiento de nuevos universos. Porque, en un escenario de múltiples universos, como contempla ya hoy la cosmología y la física moderna, ¿sería extraño que el nacimiento del nuestro proviniera de inteligencias de algún otro?

1 comentario:

  1. Amigo Luis, el camino que nos señala la obra de Asimov es el mismo o parecido que el que quieren dibujar e implantar un plutocracia económica y política a los que la ambición y la codicia les ciega totalmente. Ello les hace poner en peligro nuestro planeta y parte del universo. Tendríamos que atarlos corto las personas que aún conservan el sentido común.

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