Este verano, tuve la
suerte y el placer de leer al mismo tiempo dos libros (imprescindibles, como
todos los suyos) de Emilio Gavilanes: Breve enciclopedia de la infancia,
con el que había ganado el XVI Premio Tiflos de novela, y el libro de hai-kus
El gran silencio. La sensación fue extraña, pues me pareció estar
leyendo en realidad el mismo libro. Me di cuenta de repente de que el hai-ku
es, en verdad, la unidad narrativa mínima en su obra.
Emilio Gavilanes es un
escritor de prosa inconfundible. Tiene un estilo propio muy personal y
reconocible, un estilo muy elaborado y sofisticado en su extrema, aparente
sencillez. Quien esté familiarizado con su forma de escribir, lo reconocerá de
inmediato en sus nuevas obras. Y ello es así, a mi parecer, porque toda su obra
está impregnada de lo que podríamos llamar el “espíritu” del hai-ku, esa
capacidad tan rara de fijarse en las cosas mínimas y descubrir en ellas, no
solo el misterio que contienen, sino sobre todo la vida que albergan, su
condición de resumen corpuscular de verdades y experiencias que podrían parecer
mayores, pero que, ahí contenidas, alcanzan una concentración, una intensidad
estremecedoras. Es la capacidad de convertir un momento infinitesimal en
alegoría.
Para empezar, Emilio
Gavilanes es maestro en eso que podríamos llamar el hai-ku narrativo, es
decir, aquel que no solo contiene un instante poético sugestivo sino que
insinúa, por medio de la elipsis, una historia, hace imaginar al lector un
antes y un después, activa en su imaginación todo un marco narrativo:
Desde el camión
ven pasar las dehesas
donde han vivido.
Grita la madre
llamando a sus hijos.
Huyen los pájaros.
Corro de hombres.
No se oyen sus voces.
De pronto ríen.
No imaginaba
La madre que su niño
sería un mendigo.
Se han despedido.
Ahora mira la silla
vacía de ella.
Como se ve, Emilio
Gavilanes es capaz de concentrar en un hai-ku una pequeña narración, que
se despliega mágicamente a partir de un instante detenido, sugeridor de toda
una peripecia. Además, como pueden apreciar los lectores de su narrativa, el hai-ku
de Gavilanes tiene el mismo carácter inquietante, y a veces no poco cruel, que
muchas de sus narraciones, que pueden llegar a ser brutales en su delicadeza.
Esa brutal delicadeza, o esa delicada brutalidad, es otra de las marcas de la
casa en la obra de Gavilanes.
Por otra parte, sus
cuentos y novelas, si se los puede llamar así, son una suma de hai-kus.
Esto queda bien manifiesto en Breve enciclopedia de la infancia, de cuya
forma y contenido no podrá hacerse una idea nada certera quien, sin haberla
leído, tenga la idea preconcebida de que es una novela. Breve enciclopedia
de la infancia es un conjunto de escenas y pequeñas narraciones agrupadas
como entradas de enciclopedia tras un lema sugerente, que, primera
característica “hai-kusiana”, establece con la escena o narración que encabeza
una relación oblicua que siempre sugiere mucho más que lo que dice. Además,
mucha de estas escenas son auténticos hai-kus, aunque no tengan la forma
poética necesaria:
anegar
En los charcos del
Campo a veces flotaban pequeñas hojas que había llevado el viento. El agua era
tan limpia que las hojas parecían suspendidas en el aire. Te costaba darte
cuenta de que las manchas oscuras que permanecían inmóviles en el fondo eran
sombras, porque no quedaban debajo de ellas, sino a un lado.
A veces una de esas
sombras, de pronto, muy deprisa, pasaba a ocupar otro lugar. Era un renacuajo.
maravilla
Una tarde de invierno,
estando en casa de Pit, que vivía en un cuarto piso, se puso a nevar. Ver el
baile desordenado de los copos agitados por el viento desde aquella altura fue
algo extraordinario. Nunca me había imaginado que cayesen desde tan alto, y que
cuando llegaban al suelo hubiesen recorrido tanto espacio. Parecían venir del
fondo del universo. Los modestos copos que en la calle se posaban sobre
nuestros hombros, y en los sitios más corrientes, habían atravesado lugares
maravillosos, desconocidos, de los que no sabíamos nada.
Los ejemplos podrían
multiplicarse. Como se puede apreciar, Gavilanes es, ante todo y por encima de
todo, un extraordinario, increíble observador, que es capaz de dotar de altura
poética y significativa a detalles minúsculos que, oh maravilla, todos hemos
visto alguna vez sin percatarnos, hasta que Gavilanes nos hace revivir la
fuerza vital de esa cosita o ese instante mínimo en el que todos nos
reconocemos. Por añadidura, consigue plasmar ese instante o detalle en una
prosa cuya concentración no implica tensión ni rigidez sino por el contrario
relajación, fluidez, en suma, sencillez. Así consigue, como en los buenos hai-kus,
que entendamos, o mejor, que percibamos la poesía –entendida, sin
espiritualismos, como tensión expresiva, como tensión significativa de las
cosas mismas cuando las hacemos nuestras– inscrita en los detalles más
cotidianos y diminutos de nuestra vida, que aparece, así, contenida en un
instante, con todo lo que ella tiene de miedo y esperanza, de oscuridad
existencial y de inocente alegría.
Emilio Gavilanes, Breve
enciclopedia de la infancia, Madrid, Edhasa (Castalia), 2014.
Emilio Gavilanes, El
gran silencio, Granada, La
Veleta , 2013.
Totalmente de acuerdo con Juan desde la cruz hasta la firma. Estos dos libros también formaron parte de mi alimento literario del pasado verano y suscribo lo que aquí se dice: lectura gozosa, inspiradora y fecunda como pocas.
ResponderEliminarLas obras de Emilio Gavilanes se leen con verdadero placer. Están llenas de poesía, de erudición, de historias (una novela suya no cuenta una historia, nos cuenta mil), de penetrantes reflexiones, de humor inteligente y de un sinfín más de aspectos, todos ellos fundamentales, sin un ápice de superfluidad.
ResponderEliminarEn este acertadísimo análisis de la obra de Emilio Gavilanes, y en particular, en este hincapié que cita Juan en el carácter mínimo y casi infinitesimal en la poética de Emilio, me atrevo a señalar que tanto o más de las propias narraciones o poemas tiene especial valor el conjunto obtenido en cada libro. En este sentido, y además de los citados, recomiendo vivamente el libro de relatos “El río” (Ediciones de La Discreta, 2005), en donde esas historias mínimas componen (y desembocan) en una gran corriente en la que aquellas adquieren todo su sentido.
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