lunes, 8 de junio de 2015

Trasmallos, un trabajo poético de fondo

(El pasado sábado 6 de junio, en la Librería del Centro de Arte Moderno, de Madrid, se presentó el poemario Trasmallos, de Santiago Gil y editado por Ediciones de La Discreta. Además del autor, participaron en el acto: el escritor Santiago López Navia, editor, y el también poeta Luis Antonio González Pérez. Reproducimos aquí las palabras de este último, a quien agradecemos la gentileza de facilitarnos el texto.)


Por Luis Antonio González Pérez

Que Santiago Gil no es un poeta casual es algo que ya muchos sabíamos y se denota perfectamente en este fantástico poemario. Él mismo se definía “antes poeta que escritor” en alguna ocasión con un vino como excusa en una de sus visitas a Madrid por el barrio de Lavapiés. Un vate certero y clarividente, trascendente y de fondo. De peso como gusta decir a muchos críticos.

El libro que hoy nos centra, “Trasmallos”, se confiesa hasta en su propio título como una obra de taller, de dedicación diaria, de madrugada. Trasmallos, para aquellos lejanos al mar y que desconozcan su definición, es un conjunto de tres capas de redes que los pescadores dedican a la pesca de fondo y arrastre. Sin duda un nombre perfectamente elegido para esta obra.

Ya en el prólogo introductorio de otro grande de la poesía isleña, José Miguel Junco Ezquerra, se introduce la idea de “recurrencia al pasado, cantera de recuerdos desde donde extraer la necesaria explicación del tiempo presente” acompañada de “lo que fuimos como base esencial de lo que somos y presumiblemente seremos”. Así nos imaginamos a Santiago Gil con su trasmallo arrastrando el fondo de su memoria y de su alma, para llegado a la orilla, seleccionar la esencia, el germen, la materia prima de sí mismo, y transformarla en alimento de su presente y motor de su futuro. Un trabajo arduo, de cierto aquelarre existencial, quizás de cierto proceso iniciático, por aquello de la muerte del pasado y resurrección en el presente, batiendo contra la mar sus redes y buscando  lo que ha de quedar, y nunca debió esperar en el fondo.

Pero entremos de lleno en el poemario. El primero de los poemas, “Caricias”, es fiel reflejo del discurso poético y esencial de la obra.

El tacto de la piel que amamos
jamás se lo llevará por delante el alzheimer.

El poeta reniega de la retórica o de las fórmulas barrocas para lanzarnos a la imaginación representación fiel de la escena poética. Recuerda quizás aquella conversación en la que el poeta, ya anciano y enfermo, dice a su compañera “no sé quién eres, pero sé que te he amado mucho”. El poeta no se ancla en el sentimiento, sino en la memoria eterna de su representación sensorial. En la expresión carnal vivida en plenitud y sin un fin más allá que la ruptura del tiempo y el espacio, pues es eso, a fin de cuentas, el amor y la poesía. En versos del propio poeta.

                        … nos queda algo de revolución.

Santiago Gil vuelve al recuerdo, a aquellos pedazos de historias personales, a todo aquello que arrastra en el trasmallo y no es alimento, pero si parte fundamental de su historia, sus tesoros.

                        Una colección de piedras y caracolas marinas,
                        muchas fotos con más de veinte años

Pero no se queda en el recuerdo y canta a la vida como “una insaciable perplejidad” en el poema “La Fiesta”, casi una declaración de intenciones pero sin aspiración de filosofía, sino de experiencia vivida y aprendizaje en los pequeños detalles de la rutina humana.

                        Vivir es jugar al escondite contra uno mismo,
                        disparar todos los días a la ruleta rusa del azar,
                        gozar nirvanas, cavar fosas,

El poeta se sincera. No pretende esconder el fantástico elixir agridulce de la vida, que entrega sin complejos, desde la vivencia íntima, con la generosidad de un padre o un amigo.

Como isleño, teniendo el mar como gran padre, como referencia, como compañero vital, sin sensación de cárcel o aislamiento, nos dice.

                        Este mar triste de otoño en primavera,
                        una avenida que atardece mojada por la lluvia,
                        bufandas que ya estaban olvidadas en los cajones,

Toma el mar como paleta sensorial, como atrezzo sentimental para el poema. Se reconoce en cada imagen el llanto del momento, la explicación gris, de “domingos aburridos e interminables”. El mar acompaña mientras el amor se aleja, aunque espera no sea futuro la imagen que vive para ninguno de los dos.

Vuelve al mar, como ya nos adelantaba el prologuista, a personificarse con la claridad y sinceridad de los versos de Dámaso Alonso, recorriendo la modernidad del éxito; pero con la misma desazón y turbiedad de Gil de Biedma.
                       
                        Y regresas a casa, tambaleante y turbio
                        manchado con el sexo sucio de la madrugada,
                        vuelves como esos barcos oxidados y tristes

Santiago Gil recurre con asiduidad a los mismos escenarios pero se descuelga en su poema “Matemáticas” con una composición meta poética. Nos habla del poema, de su composición, volviendo nuevamente a huir de lo platónico y retórico de este tipo de versos, y describiendo con dirección unívoca y brillante el proceso creativo.
                       
                        El poema lo escribes cuando no estás escribiendo.
                        Después puedes hablar de inspiración,

Para confesarnos.

                        Ya todo lo habías escrito mucho antes.

El poema visto como consecuencia, como resultado de la experiencia y la reflexión macerada. No como un “fogonazo casi milagro” en palabras del propio autor. El poema como expresión última de lo vivido, como conclusión en busca de la trascendencia o universalidad del sentimiento.

Y casi en el centro del libro, el poema que da título al mismo. Una genialidad destacable del poeta, en el que recoge la idea de trasmallo para decirnos, y creo que en este caso merece que lo cite completo.

                        El mar lo va arrastrando todo,
                        lo que somos y lo que éramos.
                        En las orillas recogemos siempre las miradas.
                        Los trasmallos no solo atrapan peces luminosos.

Recurre luego, en el poema “Preludios” a una idea que a muchos poetas nos asusta, aunque hayamos tardado años en descubrirla. El poema como vislumbre de lo que tiene que suceder, como clarividencia, o como sencilla evidencia clarificada de la realidad del alma y la mente, cuando la marea revuelta y de fondo no permite traslucirlo todo.
           
                        Son los versos los que avisan de las lluvias.
                        Como los huesos desgastados,
                        como los pájaros que enmudecen.

El poeta se confiesa, como decíamos al inicio, poeta antes que escritor o narrador. Y así parece decirlo en su poema “Regresos” donde nos habla de la inevitable vuelta al poema, para continuar en “Escribientes” con una daga elegante hacia los otros, pues “otros fingen. Tú escribes”.

Pero vuelven las borrascas a las páginas de “Trasmallos”.

                        La lluvia acerca los océanos
                        y va recogiendo la sal de las lágrimas
                        en todas las desembocaduras del alma.
                        No hay borrasca que no descargue ausencias.

Vuelve al mar para elevarlo a la esencia de Luz Primordial o materia prima. Del mar se carga el cielo y de este se descarga la ausencia. Un círculo creacional del paisaje en torno a la vida y al propio poema. Una transfiguración de ese mar de otoño en primavera antes mentado, en un cielo de borrasca.  En ese mismo tono gris pero ya tornado a supervivencia, a observación del exorcismo pasado, el poeta reflexiona y nos dice.

                        No reniegues nunca de tu sombra

Para dejar como sentencia.

                        El cuerpo nunca se proyecta más allá de la carne.
                        En cada sombra hay un esbozo de tu propia alma.

El poeta recurre no sólo a la imagen isleña, sino también a vocablos y sentimientos propiamente insulares. Así lo hace en su poema titulado “Magua” para definirla con acierto en las sencillas imágenes del tedio y la rutina.


Así continua Santiago Gil con una serenidad reflexiva y poética. Desde los primeros poemas cargados de desazón, duelo y cierta búsqueda circular tras la pérdida y el desconcierto, vuelve a la serenidad reflexiva. No circunda ya los escenarios. Centra la imagen, la sitúa en el atril del presente, ni en el altar ni en el barro, y melodiosamente la desgrana. Ejemplo fantástico de esta nueva postura es el poema “Remansos”, así como “Pompas”.


En “Hotel California” nos descubre uno de las composiciones más sencillas y especiales del libro. Distancia entre lo que ocurre en el mundo y lo que ocurre al tú poético. Pero es en sí una misma vivencia. Fuera siguen los sueños, como muchas veces en meditación interior el artista reconoce en quienes les rodean o a quienes observa. Todo camina conforme la naturaleza obliga, “unos jóvenes músicos rockeros que todavía sueñan” nos dice Santiago Gil. Pero en el interior, en la profundidad, en la lejanía de ese tiempo de sueños, ilusiones y futuro idealizado, el tú poético es avisado. El poeta no existe en el poema sino por la profecía. Por la observación del mundo que camina como debe, y la observación del evento natural transfigurado en el sentimiento de a quien se dirige. El poeta ya no referencia el yo, ni se centra en lo que sucede en él, sino que comienza a leer lo que le circunda. Y si acaso se refiriera a él mismo, lo toma con la sana distancia del impersonal. Sana pues ese espacio entre el autor y el poema, entre lo que hace y lo que siente, entre la descriptiva de lo que observa y lo que sucede, es sin duda, una postura sólida de reflexión y avance.

Este libro de Santiago Gil, “Trasmallos”, tan acertadamente publicado por “La Discreta” nos trae a la memoria ese poema de José Manuel Caballero Bonald “Guárdate de Leteo”, que en su final sentencia.

                        … ese recuerdo que defenderé,
                        que me defenderá
                        contra la sordidez de la virtud.

O un derrotado Ángel González que descubre al fin lo que ha dejado atrás emprendiendo el viaje natural hacia adelante.

Atrás quedaron los escombros:
humeantes pedazos de tu casa,
veranos incendiados, sangre seca
sobre la que se ceba —último buitre—
el viento.

Un libro esencial y referencial de la obra de Santiago Gil, que nos descubre a un escritor, ante todo poeta, que se vuelve a entregar al lector con la humildad, certeza, delicadeza y brillantez como pocos autores.
Un trabajo ejemplar, como ya indicamos al principio, nada casual, que resulta de la permanente creación como resultado de la reflexión y observancia, con la sana intención de amar la palabra y el silencio, y trascender a través de estos a la universalidad de las almas imperecederas.

Desde la experiencia, pero no sólo por la experiencia, sino por la grandiosidad aprendida en ella. Desde el silencio, pero no por la elevada atalaya de la observancia, sino por la universalidad de los detalles con los que entender el mundo, y a través de este a uno mismo. Desde el pasado, pero no por derrotarse en la propia derrota, sino para recoger amarras, despedir el puerto y lanzarse al mar con maestría. Desde la rutina del trasmallo, pero no para quedarse en el arrastre pesado de las figuras y decoros, sino para crecer en el poema con aquello que en esencia es, y en alimento transforma.

Bienvenidos y bienhallados en la orilla de Santiago Gil, donde en la arena, sencillamente y sin pretensiones, nos habla, como un murmullo de oleaje, a veces otoñal a veces bravío, en tiempos de mar de fondo, de sus Trasmallos.

lunes, 1 de junio de 2015

Sobre "Historia secreta del mundo"

(El pasado día 26 de mayo, en la Función Lenguaje, de Madrid, se presentó Historia secreta del mundo, con la participación del académico y escritor José María Merino, del también escritor David Torrejón y del autor, Emilio Gavilanes. Este último dijo algunas palabras a propósito de su obra, que, por su interés, reproducimos aquí íntegramente.)

Lo primero que tuve de este libro fue el título. El título casi me dio todo el libro, un libro en el que poder meter el mundo entero. ¿Y a qué alude el título? ¿En qué sentido el libro es una historia secreta del mundo? No, desde luego, en un sentido esotérico. No hay órdenes secretas, no hay templarios, no hay sociedades que se transmiten conocimientos que no deben darse a conocer a los profanos. Es una historia secreta porque muchos episodios son desconocidos, momentos no estelares de la humanidad (para decirlo a la manera de Stefan Zweig), y los que se refieren a episodios o personajes conocidos, están presentados con la vista fuera de la escena principal. Mirando no al centro, sino a los alrededores, a los aledaños de la Historia, en busca de episodios y detalles laterales, secundarios, marginales, pero que quizá sean tan significativos como los más estelares. También hay personajes humildes y anónimos, y personajes históricos conocidos, a los que vemos en momentos que no son los culminantes de sus vidas, o los más conocidos, pero que quizá arrojan tanta luz sobre ellos como los más conocidos.

Además de la unidad que da la sucesión cronológica, quizá haya algo más que unifica todas estas historias. Creo que tienen una atmósfera común y además la voz que cuenta las historias tiene siempre un tono muy parecido. Todos están dichos en voz baja. En un tono menor. No hay declamacion. Incluso los referidos a grandes figuras históricas. En ese sentido están cerca del haiku, que es uno de mis temas favoritos.

¿Este libro tiene antecedentes? ¿Con qué otros libros está emperentado? Podría reclamar para él unos antepasados nobles, valores indiscutibles de la mejor literatura. Podría decir que este libro desciende de las Vidas imaginarias, de Marcel Schwob, de la Historia universal de la infamia, de Borges, de algunas de las Historias de almanaque, de Bertolt Brecht, de La sinagoga de los iconoclastas, de Juan Rodolfo Wilcock, incluso de las Falsificaciones, de Marco Denevi, libros que admiro y con los que me he divertido mucho. Y no es que reniegue de ellos. Es que me parece muy pretencioso adjudicarme tan ilustres antepasados. Además es que mis textos están emparentados con una literatura más modesta, me parece a mí. Muchos son fragmentos de novelas de aventuras, de novelas de intriga, de novelas de ciencia ficción, hasta de tebeos… De géneros menores que están un poco al margen de la gran literatura. Los textos de esta Historia secreta creo que son familia de la narrativa popular, de esa literatura en la que las imágenes, los episodios, nos impresionan, o nos afectan, de una manera distinta, quizá más elemental, más primitiva, que como impresiona la gran literatura. Y sobre todo este libro está emparentado, es descendiente directo, de El río, el primer libro que me publicó La Discreta. Los dos son recorridos por la historia en busca de episodios desconocidos o de aspectos desconocidos de episodios conocidos en los que se concentre una época y nos conmuevan o nos lleven a reflexión. ¿Qué diferencias hay entre ellos? Quizá El río seas más narrativo, contenga más episodios narrativos, y esta Historia secreta sea más de atmósfera. Tal vez. No estoy seguro.

A veces me han preguntado por algunas características de este libro. Por ejemplo, ¿por qué tengo tanta tendencia a la brevedad? Naturalmente, hay algo de temperamento. Tengo una tendencia natural a la brevedad. Ya en el colegio hacía redacciones breves. Pero creo que no es solo eso. Chejov dice en una de sus últimas cartas: “Nada de lo que escribo últimamente me parece suficientemente breve”. Algo así siento yo. Esa tendencia mía creo que está en relación con la búsqueda de la unidad mínima narrativa. La búsqueda de la narración más breve que siga siendo narración y que contenga elementos significativos. Trato de conseguir los mayores efectos con las menores causas, con el menor número de palabras. El escritor de textos breves trabaja como el físico nuclear, que trata de transformar la materia en energía, una cosa en otra diferente. El escritor intenta que unas pocas palabras (no olvidemos lo que decía Stevenson: un personaje literario solo es una secuencia de palabras), el escritor intenta, repito, que unas pocas palabras se transformen en emociones humanas.

Otra pregunta: ¿Por qué escribo historias tan atroces? Pues no lo sé. Quizá como exorcismo, para que no me alcancen. Aunque quizá sea otra la razón. Chesterton dijo una vez: “Sigo prefiriendo las novelas en las que una persona mata a otra. La muerte es uno de los lazos espirituales más fuertes de la Humanidad. (…) Un relato en el que no ocurre alguna muerte es un relato sin vida.” Ahora bien, he podido observar que, aunque algunas de mis historias a menudo son duras, hasta brutales, creo que siempre hay un fondo de compasión, de piedad, en lo que se nos cuentan, o en la forma en que se nos cuenta. A lo largo de toda la variedad de argumentos, todos los relatos comparten –creo- una visión compadecida, o conmovida, del mundo.

Otra cosa, esta me la he preguntado yo a menudo: En muchas de estas historias se habla de que tal personaje ignora tal cosa. “Fulano no sabe que...” “Zutano ignora que...”, se lee con frecuencia. Durante mucho tiempo me he preguntado por qué. Por qué se dice que los personajes ignoran algo. Creo que hay dos razones: una, porque para ser plenamente, uno tiene que ignorarse a sí mismo –algo así dice García Calvo-. Y la otra es que es posible que con ese procedimiento trato de conseguir un efecto dramático mediante un mecanismo muy parecido al del suspense, que nos muestra, por ejemplo, cómo alguien coloca una bomba debajo de una mesa sin que se enteren los que están sentados a ella. Es decir, el lector o el espectador sabe cosas que el personaje ignora. Eso crea una tensión que hace que el lector o el espectador no pierda interés. Supongo que eso en mis cuentos crea ese pequeño efecto dramático que digo, aunque no sea muy visible.

Más preguntas. Hasta qué punto hace falta conocer bien a todos los personajes del libro para entender los episodios. ¿Hay que tener muchos conocimientos de historia? Yo creo que no. He intentado que sean textos autosuficientes. Me parece que la cultura o la información que hay que tener para entender plenamente estos textos no debe ser muy grande. Si no sabes que Darwin es el autor de la teoría de la evolución, puede que no entiendas el relato de la nieta de Darwin (aunque creo que aun en ese caso, no importa no saber quién fue Darwin). Hay un texto, por ejemplo, en el que aparece Ignacio de Loyola, que aún es un mero soldado. Yo no sé casi nada de Ignacio de Loyola. Me basta con saber que después fue un santo para entender lo que se quiere expresar ahí. En algunos casos, lo que hay que saber sobre el personaje se dice brevemente en el texto. Por ejemplo, no hace falta saber hasta qué punto lord Byron fue una figura conocida e influyente en toda Europa, porque se dice en el propio texto. Repito que no hace falta una gran cultura para entender estos textos. Muchas veces he dudado decidiendo dónde ambientar un episodio, en qué momento. Por ejemplo, en qué guerra. Y siempre he escogido la solución menos rebuscada.

Por qué se mezclan elementos realistas y fantásticos. Me parece que el universo es tan complejo que cuando se intenta dar cuenta de él mediante procedimientos realistas lo que se obtiene es una simplificación. El realismo está tan alejado de la realidad que se puede considerar una forma de literatura fantástica. A pesar de su apariencia (pues son bastante figurativos, por decirlo en términos pictóricos), estos textos no son realistas. Reflejan más un paisaje mental que un paisaje natural. Están más cerca del expresionismo, o del simbolismo, que del realismo.

Me parece que es importante señalar aquí que he observado que en muchos de estos cuentos, como en algunos de otros libros, se producen revelaciones. No hablo en un sentido religioso. No grandes revelaciones. Sino pequeñas, modestas revelaciones. Un personaje de pronto tiene la súbita conciencia de que la vida, el mundo, es otra cosa. La visión súbita de algo misterioso e inexplicable. Un momento en el que algo o alguien encuentra sentido. Revelaciones escondidas, un poco en la línea del propio libro, a la vista de casi nadie, que casi no lo parecen. Esas revelaciones están relacionadas con el objetivo de la literatura, que en parte es, en mi opinión, producir emociones, dramatismo, y en parte acercarse el hecho estético, aquello que Borges definía como la inminencia de una revelación que no llega a producirse (y a lo que nosotros añadiríamos: ni falta que hace, pues con eso es suficiente).

También me dicen que hay mucha reflexión en mis relatos. Aquí debo decir algo. La reflexión  por sí misma no me interesa. Soy muy poco filosófico. Intento que esa reflexion esté integrada en la narración, que no sea un pegote caido en un tejido ajeno. Es más: intento que la propia narración sea una reflexión. Muchas narraciones que conocemos son una reflexión. El patito feo, por ejemplo, es una reflexión.

No sé si todos, pero una gran mayoría de los textos están redactados en presente. También me han preguntado por esto. No responde a un plan general. Supongo que es la manera de hacer que la voz que cuenta sea contemporánea de lo que está contando. De hacer que el lector esté presente en las escenas, se sienta más cerca.

El libro al principio, o al final, cuando lo acabé, estaba más equilibrado, en el sentido de que cada época de la historia estaba representada por un número de páginas parecido. Pero cuando lo corregí en busca de la versión final, muchos textos se cayeron y dejaron un poco desequilibrado el libro. Tampoco me preocupó demasiado. Puede que hasta le favorezca. Por ejempo, hay bastantes hsitorias que se desarrollan en las guerras del siglo XX, son casi apartados autónomos. Tal vez eso se debe a que es la época que mejor conozco. Pero también puede ser porque es una época muy representativa de toda la historia humana.

¿Y por qué salen tantas guerras? La guerra, ya lo he dicho en otras ocasiones, proporciona al escritor el marco en el que ambientar historias que fuera de ella quizá no serían verosímiles ni tendrían sentido ni dramatismo. Las guerras son un territorio lejano, sin reglas, en el que hechos desmedidos pueden medir nuestras emociones. Un lugar en el que el bien y el mal extremos son posibles (desde el acto heroico al más miserable) y sobre todo literariamente verosímiles. Y en el que aún queda mucho margen para que personajes sencillos se muevan entre medias de esos dos polos. Para un escritor es, me parece a mí, el lugar ideal para desarrollar ciertos argumentos.

¿Por qué mezclo personajes reales con personajes ficticios? Creo que introduzco elementos reales para llevar a cabo mis falsificaciones con más naturalidad, para hacer más creíbles los elementos imaginarios. Pero sobre todo porque en el fondo todo lo que se cuenta en el libro es ficción. Mentira, en cierto modo. Y sin embargo, creo que está lleno de verdad. O de realidad. En literatura a la verdad se llega por la mentira. En el fondo escribir no es más que un juego, pero es un juego en el que se dicen cosas que nos importan mucho, un juego bastante serio. Escribir es una forma de reflexionar. Una de las más poderosas.

En cuanto al estilo, o mejor al lenguaje empleado, busco la naturalidad. Intento que todo parezca fácil. Aunque no lo parezca, escojo mucho las palabras. Siempre, se sepa o no lo que se va a decir, me parece a mí que se escribe a pesar de las palabras. Las palabras estorban. Aunque, paradójicamente, sea en ellas en las que descansa toda la fuerza de una historia. Quizá estorban durante el proceso. Y una vez concluido son ellas las que lo sostienen todo. Es muy misterioso.

Y me temo que ya no tengo más que explicar. No sé si la lectura del libro desmentirá todo lo que acabo de decir.