Por Paloma González
No hace mucho que Ediciones de La Discreta ha publicado El delito de la lluvia. Citarse a uno
mismo es feísimo, pero en este caso oportuno y no lo puedo evitar.
En un diálogo entre los dos personajes principales, el ex
comisario de policía y personaje de una saga de novela policíaca, Fabio Fierro,
dice:
Nuestros pequeños delitos de lluvia no pueden ser juzgados como delitos pero nos convierten en delincuentes virtuales.
Y la suma de esas pequeñas transgresiones es la génesis de la lluvia. Partículas finísimas, delgadas, que necesitan unirse a otras muchas para crear una sola gota de lluvia. Pero a la postre todos «llovemos». La suma de nuestros infinitesimales delitos forja al fin una o varias gotas de lluvia que dejamos caer sobre otros, a los que podemos o no ahogar, con una simple gota. (…) Todos somos delincuentes.
Y la lectora que le conduce a su conferencia replica: Estoy pensando… en quienes se mojan bajo la
lluvia. Porque, ¿quién quiere ser víctima de la lluvia? (…) También se podría
decir que hay delitos de lluvia que nos salvan, lo mismo que las mentiras
piadosas, ¿o no?
Ayer se denunciaba el robo de una caja fuerte en una empresa
madrileña. En
su interior estaba depositado un nada despreciable número de
entradas para la final de la Champions. Cada comprador las había confiado a una
ficticia seguridad blindada, porque los
compradores habían desconfiado de sí mismos, habían fabulado que un olvido les
impidiera entrar al estadio, que el desorden doméstico las cambiara de sitio en
el momento más inoportuno. Se había fletado un autobús. Aparentemente nada
podía fallar si todas las entradas estaban juntas y todos emprendían juntos el
viaje. Pero un golpe de mala suerte ha privado a todos a la vez de sus entradas.
Se cursa la denuncia, se hacen gestiones, se localiza la
numeración de los asientos. No hay nada que hacer. La UEFA no emite duplicados
de entradas. Probablemente los ladrones no sabían que llevaban dentro una
fortuna y, cuando lo descubren, o bien se deshacen de ellas o, muy
posiblemente, las ponen en manos de un revendedor.
A lo largo del día de hoy, en Lisboa, habrá hinchas que buscan
a la desesperada una o dos entradas por las que pagarán una cantidad
desorbitada. Pienso en padres con sus hijos, que se dejan abordar por
revendedores y negocian con ellos ante la mirada esperanzada y expectante del
niño, en que quieren dar la talla de un héroe, de un “superconseguidor”.
Imagino que dos padres distintos compran a dos revendedores distintos. Uno de ellos
tiene la mala suerte de comprar un par de entradas robadas, denunciadas y
localizadas. Otro irá al otro extremo del estadio. El comprador de las entradas
robadas, exultante y con los bolsillos saqueados, acudirá a su asiento
emocionado.
Una partícula de lluvia infinitesimal… Solo dos entradas.
Pero la reventa es un delito tanto para el que vende como para el que compra, y
el que compró la entrada robada y denunciada se encontrará con un policía que
no le permitirá ver el partido y lo trasladará a una comisaría para que preste
declaración no solo porque ha adquirido su entrada y la de ese hipotético hijo
de forma ilegal, sino porque es necesario desarticular la red, tirar del hilo
del delito, buscar la cadena de culpables.
En el otro extremo del estadio, un padre y su hijo asistirán
a una final que pasará a su inventario de momentos inolvidables.
También se podría decir que hay delitos de lluvia que nos salvan, lo
mismo que las mentiras piadosas, ¿o no?