sábado, 24 de mayo de 2014

Delitos de la lluvia y la final de la Champions

Por Paloma González 


No hace mucho que Ediciones de La Discreta ha publicado El delito de la lluvia. Citarse a uno mismo es feísimo, pero en este caso oportuno y no lo puedo evitar.
En un diálogo entre los dos personajes principales, el ex comisario de policía y personaje de una saga de novela policíaca, Fabio Fierro, dice:
Nuestros pequeños delitos de lluvia no pueden ser juzgados como delitos pero nos convierten en delincuentes virtuales.
Y la suma de esas pequeñas transgresiones es la génesis de la lluvia. Partículas finísimas, delgadas, que necesitan unirse a otras muchas para crear una sola gota de lluvia. Pero a la postre todos «llovemos». La suma de nuestros infinitesimales delitos forja al fin una o varias gotas de lluvia que dejamos caer sobre otros, a los que podemos o no ahogar, con una simple gota. (…) Todos somos delincuentes.
Y la lectora que le conduce a su conferencia replica: Estoy pensando… en quienes se mojan bajo la lluvia. Porque, ¿quién quiere ser víctima de la lluvia? (…) También se podría decir que hay delitos de lluvia que nos salvan, lo mismo que las mentiras piadosas, ¿o no?

Ayer se denunciaba el robo de una caja fuerte en una empresa madrileña. En
su interior estaba depositado un nada despreciable número de entradas para la final de la Champions. Cada comprador las había confiado a una ficticia seguridad blindada, porque  los compradores habían desconfiado de sí mismos, habían fabulado que un olvido les impidiera entrar al estadio, que el desorden doméstico las cambiara de sitio en el momento más inoportuno. Se había fletado un autobús. Aparentemente nada podía fallar si todas las entradas estaban juntas y todos emprendían juntos el viaje. Pero un golpe de mala suerte ha privado a todos a la vez de sus entradas.

Se cursa la denuncia, se hacen gestiones, se localiza la numeración de los asientos. No hay nada que hacer. La UEFA no emite duplicados de entradas. Probablemente los ladrones no sabían que llevaban dentro una fortuna y, cuando lo descubren, o bien se deshacen de ellas o, muy posiblemente, las ponen en manos de un revendedor.

A lo largo del día de hoy, en Lisboa, habrá hinchas que buscan a la desesperada una o dos entradas por las que pagarán una cantidad desorbitada. Pienso en padres con sus hijos, que se dejan abordar por revendedores y negocian con ellos ante la mirada esperanzada y expectante del niño, en que quieren dar la talla de un héroe, de un “superconseguidor”. Imagino que dos padres distintos compran a dos revendedores distintos. Uno de ellos tiene la mala suerte de comprar un par de entradas robadas, denunciadas y localizadas. Otro irá al otro extremo del estadio. El comprador de las entradas robadas, exultante y con los bolsillos saqueados, acudirá a su asiento emocionado.

Una partícula de lluvia infinitesimal… Solo dos entradas. Pero la reventa es un delito tanto para el que vende como para el que compra, y el que compró la entrada robada y denunciada se encontrará con un policía que no le permitirá ver el partido y lo trasladará a una comisaría para que preste declaración no solo porque ha adquirido su entrada y la de ese hipotético hijo de forma ilegal, sino porque es necesario desarticular la red, tirar del hilo del delito, buscar la cadena de culpables.

En el otro extremo del estadio, un padre y su hijo asistirán a una final que pasará a su inventario de momentos inolvidables.

 También se podría decir que hay delitos de lluvia que nos salvan, lo mismo que las mentiras piadosas, ¿o no?


martes, 20 de mayo de 2014

Los otros clásicos XXVI - Miguel Sánchez de Lima

Poca y mala fortuna ha tenido el preceptista de origen portugués Miguel Sánchez de Lima, autor muy respetado a finales del siglo XVI por su breve tratado El arte poética en romance castellano (Alcalá de Henares, 1580), donde aparece este interesante soneto. Tal vez no reuniera grandes méritos como poeta; pero, entre otros muchos aciertos, fue el primer erudito que registró y comentó la absorción, por parte de los vates españoles, de los moldes métricos italianos, y también sobresalió por su censura tajante de los ridículos excesos en que venían incurriendo los autores de los libros de caballerías. Su influencia en los escritores españoles de finales del siglo XVI –entre ellos, el mismísimo Miguel de Cervantes– fue notable, pero ninguno de ellos lo valoró por su producción lírica, desprecio que ha llegado hasta nuestros días. Y así, su último editor moderno, Alejando Martínez Berriochoa, afirma que “su propia práctica poética (debemos a su minerva la mitad de las más de dos docenas de composiciones incluidas en El arte poética) es endeble, métricamente perfectible y carente de inspiración”. Seguro que, al emitir este juicio, no ha tenido en cuenta este magnífico soneto amoroso, de perfecta elaboración, atinadísimo en los dos tercetos y conmovedor en su postrer endecasílabo.


XXVI.- Miguel Sánchez de Lima (s. XVI)

Esta tan larga vida y enojosa,
que es para mí una carga tan pesada,
no puede durar mucho su jornada,
que al fin ha de parar do toda cosa.

Y aunque agora vos desto estéis gozosa,
por vuestra condición desamorada,
cuando veáis la hora ser llegada
espero daréis vuelta a ser piadosa.

Y esos escasos ojos en mirarme,
principio de mi mal y fin postrero,
se dolerán de ver el caso cierto;

y vos, probando en vano a remediarme,
me lloraréis por hombre verdadero,
aborrecido vivo, amigo muerto.

martes, 13 de mayo de 2014

Los Modlin, de Paco Gómez

Este libro pertenece a ese género que los anglosajones llaman quest, libros en los que se relatan dos historias: por una parte, la vida de un personaje real, y, por otra, la investigación que hace el autor en busca de datos y de testimonios que le permitan elaborar esa biografía. En español este género ha dado obras magníficas. Por ejemplo, El honor de las injurias, en la que no sabemos qué nos resulta más interesante, si la vida del anarquista Felipe Sandoval que Carlos García-Álix va reconstruyendo, o los pormenores de su investigación. O el emotivo Desenterrando el silencio, sobre el maestro Antoni Benaiges, asesinado al principio de la guerra civil en Briviesca (Burgos), cuando preparaba una excursión para llevar a sus alumnos a ver el mar. (El prólogo de Juan Manuel Bonet a las poesías de Rafael Lasso de la Vega tiene también mucho de quest. Hay más, y seguramente hablaremos de algunos en esta página.) Todos estos libros están emparentados con el de A. J. A. Symons En busca del barón Corvo, que si no es la primera sí es quizá la más famosa quest.

Esta de Los Modlin es una obra fascinante. Un día un cuñado del fotógrafo Paco Gómez le llama y le dice que en el número 2 de la calle del Pez alguien ha tirado a la basura fotos, papeles, ropa, muebles… el contenido de una casa. Le dice que si se da prisa quizá pueda encontrar algo. Cuando llega hay mucha gente rebuscando. Paco Gómez coge muchas fotos, sobre todo fotos. En ellas salen casi solo tres personas: una pareja (un hombre y una mujer) adulta y un joven (en algunas fotos es un niño). A veces el hombre y el niño están desnudos o semidesnudos y adoptan posturas forzadas y extrañas. También hay muchas fotos de cuadros. Pasa bastante tiempo hasta que Paco Gómez empieza a recoger noticias de esas personas, muchas veces por casualidad. Y es entonces cuando comienza su quest y busca y entrevista a vecinos, conocidos, amigos de esas tres personas y va reconstruyendo sus vidas.

La pareja son Elmer y Margaret Modlin, un matrimonio norteamericano que llega a Madrid en los años setenta con la esperanza de que aquí se valoren como se merecen los cuadros de Margaret. El joven es Nelson, el hijo de ambos. Las posturas extravagantes en las que aparecen Elmer y Nelson en las fotos son posados que Margaret utiliza para sus cuadros. Los cuadros de Margaret son vagamente surrealistas, de un surrealismo lleno de símbolos apocalípticos. Hay uno magnífico de Henry Miller, de quien eran amigos, con alas de ángel. Elmer había sido actor de reparto y había aparecido en multitud de películas (en La semilla del diablo, por ejemplo, y en muchas de serie B; también en numerosas películas españolas de la época). Fue el primer norteamericano en entrar en la Nagasaki destruida por la bomba atómica (experiencia que no olvidará nunca). La investigación es apasionante y va descubriendo poco a poco el carácter de cada uno de los miembros de la familia. Una mujer que vuelca toda su actividad, toda su vida, en su arte, por el que espera ser reconocida como uno de los grandes artistas de todos los tiempos. Un marido enamorado que la ayuda a ella a encontrar ese reconocimiento. Y un hijo que quiere mantenerse a distancia de sus padres. (Nelson fue modelo, actor, locutor; su voz, dice su segunda mujer, se oía en El Corte Inglés, en los aeropuertos, en muchos anuncios de televisión).

El libro tiene varios momentos cumbre, como cuando el autor encuentra a amigos íntimos o a testigos muy cercanos de esta extraña familia, que le dan noticias de primera mano, y sentimos que esos borrosos personajes son personas a las que casi podemos ver y oír.

Por otro lado, es un libro bien triste, que muestra cómo ese matrimonio que nunca llega a hablar bien español, vive prácticamente encerrado en su piso, esperando un reconocimiento que nunca llega. Margaret alcanzará parte de la celebridad que buscaba solo después de muerta, y toda su obra irá a parar a unos almacenes, después de haber estado años en el piso vacío, medio en ruinas, no a una fundación, o a un museo, como quería. Todo acaba saliendo mal en esta familia atípica.


Paco Gómez convocó un crowdfunding para editar el libro y el dinero que pensaba recaudar en treinta días lo obtuvo en cuatro.

lunes, 5 de mayo de 2014

Mario Levrero

Según algunos, en la literatura de Mario Levrero (Montevideo, 1940 – 2004) es evidente la influencia de Kafka. Pero a mí sobre todo me recuerda a Felisberto Hernández, compatriota suyo, porque me parece que su escritura es un fiel reflejo de su existencia: es vida en estado puro. 

Yo comencé leyendo La ciudad, de la llamada Trilogía involuntaria, y con el tiempo he leído casi todo lo que escribió este hombre inclasificable –elaborador de crucigramas y juegos de ingenio, guionista de cómics, fotógrafo, librero–, incluyendo el que creo fue su último libro, La novela luminosa.  (Para escribirlo, el autor recibió una beca Guggenheim, y dedica las primeras cuatrocientas páginas, de las quinientas que tendrá la novela, para explicar al señor Guggenheim por qué no puede empezarlo.)

El misterio de la existencia, el sueño, la alegoría, los juegos de ingenio, la ruptura de las reglas y convenciones, todo esto aparece en sus obras. Y el humor: un humor que es a veces ácido, otras nostálgico y triste, y siempre inteligente.

Podría comentar alguna de sus obras, pero para animar a la lectura de Mario Levrero, tal vez lo mejor sea transcribir un pequeño capítulo de Caza de conejos.

Se dice, sobre los textos aquí presentados bajo el título de “Caza de conejos”, que se trata en realidad de una fina alegoría que describe paso a paso el penoso procedimiento para la obtención de la Piedra filosofal; que, ordenados de una manera diferente a la que aquí se expone, resultan una novela romántica, de argumento lineal y contenido intrascendente; que es un texto didáctico, sin otra finalidad que la de inculcar a los niños en forma subliminal el interés por los números romanos; que no es otra cosa que la recopilación desordenada de textos de diversos autores de todos los tiempos, acerca de los conejos; que es un trabajo político, de carácter subversivo, donde las instrucciones para los conspiradores son dadas veladamente, mediante una clave preestablecida; que el autor sólo busca autobiografiarse a través de los símbolos; que los nombres de los personajes son anagramas de los integrantes de una secta misteriosa; que ordenando convenientemente los fragmentos, con la primera sílaba de cada párrafo se forma una frase de dudoso gusto, dirigida contra el clero; que leído en voz alta y grabado en una cinta magnetofónica, al pasar esta cinta al revés se obtiene la versión original de la Biblia; que traducida al sánscrito, el sonido musical de esta obra coincide con un cuarteto de Vivaldi; que pasando sus hojas por una máquina de picar carne se obtiene un fino polvillo, como el de las alas de las mariposas; que son instrucciones secretas para hacer pajaritas de papel en forma de conejo; que toda la obra no es más que una gran trampa verbal para atrapar conejos; que toda la obra no es más que una gran trampa verbal de los conejos, para atrapar definitivamente a los hombres. Etcétera. 

(El retrato de Mario Levrero es de Guillermo Meza.)

lunes, 28 de abril de 2014

“Dejar a la intemperie la veta del tesoro”. Los andamios de los pájaros de Amando Carabias María


Por Santiago López Navia 

Desde hace unos cuantos años vengo rindiéndome al poder recreador que ejercen entre sí las diferentes manifestaciones del arte, y en particular el que bendice a la música para recrear los universos y los textos literarios, más complejo y misterioso acaso que el que tienen las palabras para expresar y transformar –recrear, en fin– las obras de arte que no se construyen con ellas. De esto estamos hablando en Los andamios de los pájaros (Sevilla, La Isla de Siltolá, 2014), el cuarto poemario de Amando Carabias tras Humanidad perdida (1980), Versos como carne (2010) y Quizá un martes de otoño (2013), en el que el poeta reconstruye y reinterpreta poéticamente los cuadros que su hermano Mariano Carabias expuso en Segovia en 2010 bajo el significativo título de “Tocar el humo”.

La tarea que acomete Amando Carabias vuelve sobre las sugerencias abiertas por Horacio al crear el tópico ut pictura poiesis, tan reivindicado por los renacentistas, y lo hace asumiendo que recrea literariamente lo que ya es, en sí mismo, un ejercicio de recreación estética tan admirable como el que entraña la pintura. No tuve el placer de visitar en su día la exposición de Mariano Carabias, pero me he preocupado por conocer al menos elementalmente su obra pictórica a través de la completa colección que se puede visitar en su página web (www.marianocarabias.com) y he entendido el sentido de las palabras del artista cuando, en el catálogo de su exposición, afirmaba que, en su intento de plasmar el objeto de su mirada, “va apareciendo un ser nuevo, atemporal, que posee algo del individuo que ha sido punto de partida”. Sobre este nuevo ser, que no es exactamente el primigenio pero encierra su esencia, practica el poeta Amando Carabias su mirada literaria, esa “mirada del espectador” que, como sostiene Mariano a tiempo de justificar su idea de la pintura, da un nuevo sentido a lo que se contempla: el sentido que leemos en sus poemas, con los que,  como él mismo dice en el texto preliminar de Los andamios de los pájaros, Amando responde a la “invitación necesaria para transitar por el eterno viaje que, atravesando  los andamios de los pájaros, recorren los gestos repetidos en los rostros irrepetibles que nutren los eslabones de la historia humana”. En este nexo de intemporalidad parece consistir la principal dimensión simbólica de los andamios de los pájaros, que el poeta desvela generosamente desde el principio para que el lector disponga de la clave necesaria para compartir con el poeta la respuesta a la invitación.

lunes, 21 de abril de 2014

Pariremos con placer, de Casilda Rodrigáñez

Por Pedro Mariné

Hoy me he pasado un buen rato por el blog, y he pasado muy buen rato. Me parece un canal idóneo para las discreterías, he disfrutado con todas las entradas pero en especial con la necroilógica de Félix Grande (magnífico homenaje, este de poder conseguir sonreír ante la muerte de un Grande de España y enfrentarse a la muerte del ingenio con más ingenio todavía -¿dónde está, Muerte, tu victoria?-, y me ha llamado también poderosamente la atención una de Gavilanes sobre Wilhelm Reich. 

Magnífica entrada, Emilio, por el poder de evocación de la siempre mítica juventud, y también por presentarnos este interesante personaje.

Resulta que nunca antes había tenido curiosidad de indagar en internet sobre él, y eso a pesar de que ocupa un lugar primordial en un libro para mí muy aconsejable, "Pariremos con placer", de Casilda Rodrigáñez. En este, que comienza con la reseña "En el 50 aniversario de la muerte de Wilhelm Reich" se nos explica que, contra lo que se inculca a todas las mujeres "occidentales", el parto no es una condena al dolor. Hay testimonios de mujeres -sobre todo de otras culturas- que paren no solo sin que se trate el parto como una enfermedad (aquí es necesario un hospital, médicos, en fin, alerta sanitaria...) sino con verdadero placer: teniendo un orgasmo.  

De esta sorprendente y liberadora línea de pensamiento se cita incluso un antecedente... ¡de 1515!: Ambroise Parè, en "L'Anatomie” dice: "la acción y utilidad de la matriz es concebir y engendrar con un placer extremo".

Para parir no solo sin dolor sino con placer extremo habría que descontraer el útero, que está, junto a todo el aparato genital femenino, especialmente "maldito", ocultado, humillado (la regla como impureza, el sexo restringido solo a fines procreativos -ablación del clítoris incluida-, demonización de la masturbación, etc etc.). Siguiendo la línea de pensamiento iniciada por Reich, Casilda Rodrigáñez concluye que la preparación para un parto placentero, con un útero flexible, es el orgasmo (esa sería la utilidad que se le escapó al bueno de García Calvo cuando afirmó: "el orgasmo femenino es gloriosamente inútil"). O sea que no solo es normal, sano y placentero, sino necesario: a masturbarse tocan, chicas.

viernes, 18 de abril de 2014

Necroilógicas - Gabriel García Márquez

Ni un día llevas muerto, y ya cien años
de soledad parecen en Macondo.
En los tiempos del cólera, ¡qué hondo
el laberinto urdido en tus engaños!

Ya tus demonios sin amor, huraños,
cual náufrago te arrastran hasta el fondo,
y en mala hora brota el fango hediondo
en la hojarasca de los desengaños.

Tus putas tristes narran hoy la crónica
de tu muerte anunciada, tan agónica
como ese otoño que el patriarca esquiva…;

y ya sin perro azul que se desmande,
no irá a tu funeral la Mamá Grande
y el coronel no tiene quien le escriba

lunes, 14 de abril de 2014

Acuarelas de Comas Quesada - Santo Domingo: Iglesia y Fuente

Por José García Caneiro

SANTO DOMINGO: IGLESIA Y FUENTE

La incierta luz
de los dos focos
y una sombra callada,
dibujada por un árbol
están jugando,
entre el azogue espantado
de los espejos del viento,
a convertir en volumen
un espacio desde el plano.
Un chorrito de cristal,
que es contrapunto de alisios,
trepa, como adivinado sueño,
de lo incierto de su albor
hasta su olvido perpetuo.
Y quiebra
los afanes de la fuente,
que no pueden reflejar,
por lo liviano,
la imagen de la capilla
o su perdido recuerdo.

lunes, 7 de abril de 2014

Dimensiones



Antes de que los físicos y matemáticos hablaran de nuevas dimensiones en nuestra realidad física, la imaginación de los escritores –como punta de lanza que abre brecha al conocimiento– ya las habían puesto de manifiesto. Uno de los ejemplos más célebres y conocidos es el de Platón y las sombras reflejadas en la pared de una caverna: lo que experimentamos no es más que el reflejo de otra realidad de mayores dimensiones.

Desde entonces, otros muchos autores han desarrollado esta misma idea. Por su originalidad y/o por su intuición, señalaré unos pocos.

En 1884, un profesor y teólogo inglés, Edwin Abbott, bajo el seudónimo de A. Square, publicó el libro Flatland, romance of many dimensions. Se trata de una ficción en la que un habitante de un mundo plano (dos dimensiones espaciales), describe su descubrimiento y viaje a una dimensión superior. Además de mostrar la dificultad de comprender y expresar lo que supone una dimensión espacial más de lo habitual, la narración es una divertida e inteligente crítica a las ideas sexistas, racistas y clasistas de la sociedad de la época. (A. Square nos describe a los habitantes de Flatland, que son figuras geométricas del mundo euclidiano: las más simples (y más bajas en la escala social) son las mujeres, segmentos rectilíneos. Les siguen los triángulos isósceles, que son los trabajadores manuales y los soldados. Dentro de los triángulos, los equiláteros tienen un estatus superior, son la clase media. El cuadrado (al que pertenece el narrador) y el pentágono son profesionales y clase alta. Les siguen los hexágonos, la nobleza. Y la clase de mayor relevancia es la que forman los círculos –figuras de infinitos lados–, a la que pertenecen los prelados. En Flatland, hablar de tres dimensiones es herejía, y da lugar a persecución y cárcel.)

jueves, 3 de abril de 2014

Heinrich von Kleist, El juicio de Dios (Madrid: Rey Lear, 2007)



Kleist tiene libros maravillosos. Si yo hiciese una lista alternativa con “las otras grandes novelas del siglo XIX” (no se me ocurre intentar desbancar las de Dickens, o las de Galdós, o las de Dostoievski, o las de Tolstoi…), pondría en los primeros puestos La hija del capitán, de Pushkin (puro Kipling, o John Ford; ¿no se habrá hecho nunca una película con esta historia?), Un corazón sencillo, de Flaubert (una de las narraciones más delicadas y conmovedoras que conozco), El perro de los Barskerville, de Conan Doyle (de las pocas novelas en las que casi todo es atmósfera), Moonfleet, de John Meade Falkner (extraordinaria novela emparentada con el mejor Stevenson), o Michael Kohlhaas, de Kleist, por ejemplo.

Michael Kohlhaas tiene una primera mitad grandiosa. Es una especie de Sin perdón en el que un personaje que va tragando humillación tras humillación, sufriendo injusticia tras injusticia, llega un momento en que decide que no va a soportar más. El lector, que no se espera que ese hombre paciente, sumiso, se rebele, se queda con la boca abierta con la contundencia de su respuesta. Cabalga junto a él y participa entusiasmado en sus campañas, asiste con felicidad a esa lección de justicia.

En Sobre el teatro de marionetas, Kleist, al explicar cómo se manejan las marionetas, qué disposición mental hay que adoptar, dice cosas que coinciden con las que explica el maestro arquero de Eugen Herrigel sobre cómo hay que avanzar en la técnica del arco, en ese libro prodigioso que es Zen en el arte del tiro con arco (libro, por cierto, que inaugura una serie en la que están la novela Zen en el arte de la motocicleta, el ensayo de Bradbury Zen en el arte de escribir, y toda una larga serie de Zen en diferentes deportes y disciplinas).

Y no olvidemos que Kafka leía con lágrimas en los ojos La marquesa de O. (no creo que le gustase Michael Kohlhaas, que es lo opuesto a sus personajes perplejos y pasivos más característicos).

Pero vayamos a este libro, a este magnífico cuento, lo último que escribió Kleist antes de suicidarse. Una mañana un conde aparece muerto. La flecha que lo ha matado pertenece a su hermano. Pero este tiene una coartada. Ha pasado la noche con una viuda. A pesar de que ella lo niega, su padre muere del disgusto y sus hermanos la repudian. Solo la cree un amigo suyo, que reta al hermano del conde a un duelo. El duelo será un juicio de Dios. Quien venza tendrá la razón. Vence el hermano del conde, que hiere al joven. El juicio de Dios condena a la joven y a su amigo a la hoguera. Y no cuento más. Esta situación crítica no permite sospechar el desenlace de la historia. ¿Qué sabemos realmente sobre lo que hacemos, o sobre lo que hemos hecho? ¿Cuál es la relación entre lo que somos y lo que hacemos? A mí me ha recordado algunas historias de Isak Dinesen, que tanto debe a los narradores románticos alemanes (a Hoffmann, sobre todo).