lunes, 7 de abril de 2014

Dimensiones



Antes de que los físicos y matemáticos hablaran de nuevas dimensiones en nuestra realidad física, la imaginación de los escritores –como punta de lanza que abre brecha al conocimiento– ya las habían puesto de manifiesto. Uno de los ejemplos más célebres y conocidos es el de Platón y las sombras reflejadas en la pared de una caverna: lo que experimentamos no es más que el reflejo de otra realidad de mayores dimensiones.

Desde entonces, otros muchos autores han desarrollado esta misma idea. Por su originalidad y/o por su intuición, señalaré unos pocos.

En 1884, un profesor y teólogo inglés, Edwin Abbott, bajo el seudónimo de A. Square, publicó el libro Flatland, romance of many dimensions. Se trata de una ficción en la que un habitante de un mundo plano (dos dimensiones espaciales), describe su descubrimiento y viaje a una dimensión superior. Además de mostrar la dificultad de comprender y expresar lo que supone una dimensión espacial más de lo habitual, la narración es una divertida e inteligente crítica a las ideas sexistas, racistas y clasistas de la sociedad de la época. (A. Square nos describe a los habitantes de Flatland, que son figuras geométricas del mundo euclidiano: las más simples (y más bajas en la escala social) son las mujeres, segmentos rectilíneos. Les siguen los triángulos isósceles, que son los trabajadores manuales y los soldados. Dentro de los triángulos, los equiláteros tienen un estatus superior, son la clase media. El cuadrado (al que pertenece el narrador) y el pentágono son profesionales y clase alta. Les siguen los hexágonos, la nobleza. Y la clase de mayor relevancia es la que forman los círculos –figuras de infinitos lados–, a la que pertenecen los prelados. En Flatland, hablar de tres dimensiones es herejía, y da lugar a persecución y cárcel.)


En muchas de las obras de Charles Dodgson hay geniales intuiciones sobre aspectos de la realidad física: simetrías y su ruptura; materia y antimateria; equivalencia de gravedad y caída libre en el espacio (en Sonia y Bruno). Y también sobre las dimensiones. En 1865 escribe Dynamics of a particle, obra en la que narra las aventuras de animales lineales, de un solo ojo, que se mueven en una superficie de dos dimensiones. Y su concepción física en A través del espejo es la de dos mundos paralelos, de tres dimensiones, que se conectan a través de la superficie de un espejo. (De la misma manera que dos cubos están unidos por una cara que es un cuadrado.)

Pero quizás el que más se acercó a la moderna concepción física del espacio y del tiempo fue H. G. Wells y su Máquina del tiempo, publicada en 1885 pero anticipada en otra obra más corta que se tituló The chronic argonauts. Merece la pena recordar algunas de las cosas que decía el Viajero en el Tiempo:

Hay realmente cuatro dimensiones, tres que se refieren al los tres planos del espacio, y la  cuarta, al tiempo. Y, sin embargo, hay una tendencia a separar de manera ilógica las tres primeras de la última, porque nuestra conciencia se mueve de manera intermitente a través de ella desde el principio de nuestra vida hasta su final(…) Lo curioso es que mucha gente, cuando habla de la cuarta dimensión, no sabe realmente cuál es su significado. Pues se trata de una manera diferente de considerar el Tiempo. No hay ninguna diferencia entre el Tiempo y las tres dimensiones del Espacio (…) Después de haber trabajado en esta geometría de cuatro dimensiones durante cierto tiempo, he llegado a algunos resultados notables. Por ejemplo, aquí tiene usted el retrato de un hombre a los ocho años, otro a los quince, uno más a los veintitrés y así sucesivamente. Evidentemente, todas son secciones, representaciones en tres dimensiones de un objeto de cuatro dimensiones, algo que es fijo e inalterable.


De modo parecido, el ficticio Viajero en el Tiempo de Wells podría haber añadido que nuestro concepto del tiempo es ilusorio; que el pasado, presente y futuro de cualquier persona no es algo que fluya en diferentes grados de realidad, sino una idéntica entidad, fija e inalterable; y que la muerte no supone la desaparición de la persona en esa realidad cuatridimensional que es el espacio-tiempo. Si no fuera porque quien así se expresaba era Albert Einstein, un mes antes de su muerte, unas ideas que eran consecuencia directa de su teoría de la relatividad especial del espacio y el tiempo. 

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