lunes, 17 de octubre de 2016

Viaje a ninguna parte, de Eva Figes

Por Emilio Gavilanes

A menudo nos hemos preguntado si hubo judíos en Alemania que escaparon a los campos de concentración. Esta es la historia de uno de ellos. De una mujer, Edith, que se crio en un hospicio, sin familia, y que pasó casi toda su vida sirviendo en casas de judíos adinerados.

La autora, Eva Figes, cuenta cómo en el año 1933, cuando Hitler llega al poder, siendo ella una niña, escapa de Alemania con su familia, una familia judía burguesa, para instalarse en Inglaterra, y cómo entre la gente que dejan atrás está esta Edith, una de las mujeres que servían en la casa, de la que no vuelven a saber nada hasta 1947, dos años después de acabada la guerra, en que les escribe preguntándoles si podría volver a servir en su casa. La familia la acepta y Edith viaja a Londres. Para entonces la narradora es una chica de 16 o 17 años, muy curiosa, que cuando vuelve de clase y se encuentra a Edith sola en casa le pregunta cómo fue su vida desde que ellos dejaron Berlín. Así nos enteramos de su periplo, que no debió de ser muy distinto del de otros muchos judíos: trabajo en casas y en negocios de alemanes no judíos, internamiento en una judenhaus, trabajo como mano de obra esclava en una fábrica, huida, clandestinidad, búsqueda diaria de un lugar donde esconderse… Así hasta que llega el final de la guerra y Edith, libre, no sabe qué hacer. Solo sabe que no se quiere quedar en Alemania (los judíos alemanes, en general, no quisieron quedarse en Alemania). Entonces se encuentra con una antigua compañera de hospicio que la convence para ir a Palestina. Y a partir de ahí algunas de nuestras ideas sobre los judíos (como que los judíos formaban un bloque homogéneo, mucho más al acabar la guerra, cuando desaparece el enemigo nazi) se revelan simplonas y quedan desbaratadas. El mapa de los odios y las filias se revela mucho mucho más complejo, pues nos enteramos de que los judíos sionistas que viven como colonos en Palestina odian a los judíos alemanes casi tanto como los nazis. Que los judíos alemanes odian a los judíos polacos. Que los judíos del este de Europa no pueden volver a sus lugares de origen porque les han arrebatado todo y nadie les quieren allí… Hay odios cruzados en todas direcciones. “Todos se odiaban”, dice Edith. Y es allí, en Palestina, con este panorama,  cuando Edith se acuerda de la familia a la que sirvió y les escribe pidiéndoles volver a trabajar para ellos.

La experiencia de Edith en Palestina da pie a la autora –es uno de los grandes puntales del libro- para hacer un alegato en contra de lo mal que se administraron esos territorios. Para ella hay dos villanos destacados: Estados Unidos, que impidió la inmigración de los judíos desplazados por la guerra imponiendo restricciones muy severas y favoreciendo la emigración a Palestina (lo que agravó el problema demográfico de la zona), y los judíos sionistas, que colonizaron aquellos territorios y se comportaron, según ella, como nazis con la población árabe autóctona.

En este libro, que nos rompe muchos esquemas, no faltan escenas chocantes, inesperadas, como esa gente que busca protección de un bombardeo en un refugio antiaéreo y las bombas revientan las cañerías de la edificación haciendo que todos mueran ahogados en el refugio. O esas manos anónimas que en las apreturas del tranvía dejan en los bolsos de las mujeres judías (fácilmente reconocibles porque llevan la estrella de David cosida en la ropa) una manzana o alguna otra cosa de comer. O esos nazis que ayudan a judíos, no solo a cambio de dinero, sino a cambio de un testimonio favorable para cuando lleguen los aliados. O esos prisioneros extranjeros que han trabajado como esclavos y que hacia el final de la guerra quedan libres porque los jerarcas nazis huyen y ellos los buscan para abuchearlos…

Algunos de los mejores relatos de aventuras de los siglos XVI y XVII están en las crónicas de Indias (plagadas de infortunios y adversidades en que se vieron envueltos sus protagonistas sin pretenderlo), y algunos de los más grandes relatos de aventuras del siglo XX se encuentran entre las memorias de los judíos que sobrevivieron a la persecución nazi. Son relatos llenos de peripecias, no en un sentido amable. festivo, de novela juvenil. Más bien lo contrario, llenas de sufrimiento, de emoción, de conocimiento del alma humana y de reflexión sobre la vida.


Edith viajó a Londres, pero allí la familia que la empleó no le dio el trato cercano que ella esperaba y se convirtió una simple sirvienta. No tardó en irse y desaparecer. El libro es una metáfora de casi cualquier vida. De la soledad absoluta que acompaña a toda vida y del olvido en que se hunden todas tarde o temprano.


Eva Figes Viaje a ninguna parte (Barcelona: Edhasa, 2008)

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