lunes, 24 de febrero de 2014

Los otros clásicos XXIII - Francisco de Medrano

Ahorcó los hábitos de jesuita Francisco de Medrano y marchó a Roma, para acabar regresando a su Sevilla natal, donde enseguida se integró en la elite cultural hispalense. Durante su paso previo por Salamanca, recién adscrito a la Compañía de Jesús –pero ya en severas disensiones con ella– se había impregnado del hálito horaciano que reinaba entre los poetas universitarios; de Italia se trajo lo más depurado de un ya decantadísimo petrarquismo; y en Sevilla asimiló de inmediato las esencias del manierismo herreriano: no es de extrañar que con estos mimbres, sumados a su innata inspiración, acabara construyendo odas y sonetos de una belleza deslumbrante. En éste invoca a su amigo Hernando de Soria (“Sorino”) para mostrarle la fugacidad de la vida reflejada en un campo agostado que, meses atrás, era un espléndido paisaje de espigas verdes, capaces de eclipsar el destello de las esmeraldas. Un día de invierno, convaleciente de una leve dolencia, “se hallaban en su aposento algunos amigos y él con ellos en buena conversación, tan alegre que cantó un romance sentado en la cama y luego pidió un jarro de agua para beber, diciendo que se sentía bueno”. Fue beber y caer desplomado en su lecho, segado por una muerte tan prematura como iletrada, que le impidió granar del todo.

XXIII.- Francisco de Medrano (1560-1607)

Yo vi romper aquestas vegas llanas,
y crecer vi y granar en pocos meses,
estas, ayer, Sorino, rubias mieses,
breves manojos hoy de espigas canas.

Estas vi, que hoy son pajas, más ufanas
sus hojas desplegar, para que vieses
vencida la esmeralda en los enveses,
las perlas en su haz por las mañanas.

Nació, creció, espigó y granó en un día
lo que ves con la hoz hoy derrocado,
lo que entonces tan otro parecía.

¿Qué somos, pues? ¿Qué somos? Un traslado
de esto; una mies, Sorino, más tardía…
¡Y a cuántos, sin granar, los han segado!

4 comentarios:

  1. Joder, qué bueno. Qué barbaridad.

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  2. Señor Anónimo: No sé quién sea Vuesa Merced, pero celebro más su comentario que la glosa más erudita. Porque lo primero que cabe exclamar ante esta joya áurea es eso: "¡Joder, qué bueno!" La hermenéutica, si es que viene detrás, es lo de menos.

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  3. Paloma González Rubio25 de febrero de 2014, 11:59

    Después del comentario de anónimo, cualquier cosa que se añada sobra. Los adjetivos se quedan pálidos al lado de la exclamación. Gracias por compartir un soneto tan deslumbrante, José Ramón.

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  4. Todo es así, en verdad. Pero tanto planto y tanto tempus fugit y tanta muerte me empiezan a agobiar. Saque V.E. algún sonetico festivo de su cartapacio, por caridad. Primaveremos.

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