viernes, 25 de octubre de 2013

Campos de Níjar, de Juan Goytisolo

Juan Goytisolo Campos de Níjar (Barcelona: Seix Barral; la primera edición es de 1959)

Cuando tenía el viaje a Almería aún reciente, leí este mítico librito de viajes, magnífico libro de viajes, en el que por cierto el narrador no se autodenomina –y yo lo agradezco- “el viajero”, moda que impuso Cela y que aún muchos siguen empleando, de manera irritante. El narrador de Goytisolo es un yo nada enfático ni engolado.

El paisaje físico que describe no tiene mucho que ver con el actual. Carboneras, por ejemplo, en el libro es un poblacho maldito que la gente no se atreve a nombrar para no atraer la mala suerte, y hoy es un pueblo enorme, bastante más próspero que la mayoría de los de los alrededores, con mucho turismo, una central térmica, etc. Supongo que el paisaje humano también ha cambiado mucho. No se ven las escenas de pobreza y miseria que encontró Goytisolo.

(Una cosa que me llamó la atención en el viaje es la nula presencia, o recuerdo, que tiene este libro en la zona: no hay una ruta de Campos de Níjar, por ejemplo, algo que habrían hecho en otros sitios. No hay placas. Lo más que vi fue un instituto llamado Juan Goytisolo, en Carboneras. Ni siquiera encuentras el libro en los kioscos –no vi una sola librería-, kioscos en los que hay poquísimos libros. Es el lugar de veraneo en el que he visto menos puestos de periódicos.)

Un libro de viajes es sobre todo un libro de encuentros y aquí los hay memorables: ese viejo que vende higos y que tiene a la mujer enferma y que le acepta a Goytisolo un billete a condición de que sea limosna, no pago por unos higos que no quiere que le paguen, que quiere regalar, o ese don Ambrosio, el terrateniente, que es tan bueno con los niños y educado y que sin embargo se nos hace tan antipático, incluso odioso, el Sanlúcar, el viejo viudo, el de la fonda de cabo de Gata, el muerto de Las Negras... El propio narrador es un gran personaje, que nos acaba ganando, cuando se conmueve con estas gentes que nunca han dado conquistadores, ni grandes navegantes o comerciantes, y de las que hace un hermoso canto (“las fosas comunes del mundo entero contienen sin duda un buen porcentaje de almerienses”).

“La angustia”, dice Goytisolo hacia el final, “es mal pasajero, hay un orden secreto que rige las cosas y el mundo pertenece y pertenecerá siempre a los optimistas.” Y yo suscribo esa frase en cada una de sus palabras.

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