Por Luis Junco
En 1995, Kate Nicholls, actriz frustrada,
apasionada por la biología y que, recientemente separada de su marido, también
actor, vivía confortablemente bien con sus cuatro hijos -Travers (11 años),
Angus (9 años), Maisie (7 años) y Oakley (1 año)- en el hermoso pueblo de
Costwolds, del suroeste de Inglaterra, decide dar un cambio radical a su vida y
a la de sus hijos. Los reúne alrededor de un mapamundi y señala un punto en el
continente africano, Botswana, y les habla del delta del Okavango y del
desierto de Kalahari. Allí van a marcharse; ese será su nuevo hogar. Al
principio, todo es excitación y júbilo en los niños, pero poco más tarde, sobre
todo los más mayores, empiezan a darse cuenta de lo que pierden: un paisaje al
que estaban habituados y en el que se sentían a gusto, los amigos, la escuela en la que ya destacaban como buenos alumnos...
Durante los siguientes cinco años, Kate y
sus hijos viven en África: primero en una humilde casa en Maun, en el delta del
Okavango, luego un poco más al sur, en los terrenos de una granja de
cocodrilos, adentrándose cada vez más en zonas salvajes y alejadas de la
civilización, hasta acabar viviendo como nómadas, en campamentos itinerantes siguiendo
a leones, con Pieter Kat, un biólogo norteamericano involucrado en un ambicioso
proyecto de estudio e investigación de la vida de estos animales patrocinado
por el gobierno de Botswana. Pasan muchas privaciones y penalidades -la
insalubridad del agua o la falta de electricidad, la exposición a la malaria o
la esquistosomiasis, que lleva a algunos de ellos al borde de la muerte, la
pérdida nocturna en territorios de depredadores-; pero también aprenden a ser
autosuficientes, a tomar lecciones de la vida salvaje y amar profundamente
aquel nuevo continente que consideran su nueva y querida patria.
Y al cabo de ese tiempo, en el año 2000, deciden
escribir un libro contando su experiencia, este libro, The lion children, cuya principal virtud se debe a haber sido
escrito por los propios niños: la visión fresca, espontánea, sincera y profunda
que solo es capaz expresar un corazón tan joven. Travers, Angus, Maisie, y hasta
el propio Oakley, nos cuentan su experiencia, nos hacen partícipes de sus
preocupaciones y descubrimientos, reflexionan con una madurez que asombra sobre
lo que viven. Y también nos ilustran con unos dibujos deliciosos y precisos,
que enriquecen enormemente el libro.
A riesgo de una selección poco afortunada,
y con la intención de dar una idea general del contenido, elijo aquí una breve muestra
de los escritos de cada protagonista y algunas ilustraciones.
Travers es el mayor y comienza el libro
contándonos un día cualquiera. Es un día de verano. Ha
dormido como todas las noches en su caseta de campaña y se levanta cuando
amanece. Ve a la distancia un elefante, y al acercarse a la tienda que hace de
cocina se da cuenta de que ha sido asaltada por las hienas durante la noche.
Coge un jeep -su madre le ha enseñado a conducir y lo hace desde que tenía 11
años- y se ha alejado 20 km. Por fin ha
encontrado a una leona joven que siguen desde hace tiempo y toma las notas
necesarias. Con esas noticias ha vuelto al campamento, en donde la familia
desayuna, entre bromas. Más adelante en el libro reflexiona sobre cómo los
demás ven su vida:
Cuando la gente viene a
visitarnos les gusta idealizar nuestra vida. No quieren saber sobre lo que
supone meterse entre unas sábadas húmedas un día de lluvia, cavar un nuevo
retrete cuando el otro está colmado o vomitar en medio de la noche, sin agua
corriente ni electricidad.
De
la vida de los leones ha aprendido sobre todo la importancia del colectivo para
la supervivencia: la colaboración, el respeto al otro, la necesidad de mantener
unido el grupo.
Angus,
el hermano que le sigue, es quizás el más sensible y atento a lo que están
viviendo. Suyas son las observaciones más conmovedoras hacia los otros seres
humanos con los que se encuentran. Sorprende la "madurez" del niño
para darse cuenta de los problemas, para valorar el trabajo y cuidado de la
madre, y su sentido del humor. Y también sorprende la sensibilidad para con los
demás, sobre todo para los más necesitados. En una aldea cercana, con enormes
problemas de pobreza, desnutrición y sanidad, la madre casi se convierte en la
sanadora, a la que acuden como remedio de todos los males de salud que ocurre.
Un dramático caso es el de una anciana que vive sola con su hija y que padece
de lepra. El chico es testigo de las curas de la madre a la enferma y sobre
todo cómo la mujer, a pesar de tanta desgracia, siempre tiene en la cara un
sonrisa de agradecimiento. Cómo afronta la enfermedad es una enseñanza enorme
para el niño, que sabe valorarlo. Such courageous
woman, dice para referirse a ella. A él debemos las mejores lecciones sobre
los territorios ocupados por los leones, y las señales para distinguirlos
debidamente: las hileras de los pelos de la barba, las señales en las orejas,
las manchas en los ojos. También los rasgos del carácter de cada animal, su
nobleza y hermosura.
Cuando,
el mismo día de su onceavo cumpleaños, al volver al campamento se pierde con su
madre en plena sabana y les sorprende la noche, y mientras su madre,
atemorizada por los rugidos y ruidos de depredadores que les rodean, hace una
guardia angustiosa hasta el amanecer, el muchacho se consuela y halla confianza
en sus pensamientos poéticos y profundos:
Escuchando el rugido de los
leones en la distancia me sentí un intruso. Ya nunca más la vida giraría en
torno a los seres humanos, como durante un tiempo me pareció; este era su mundo,
un mundo al que yo no pertenecía. De pronto, todos mis sentidos se despertaron.
El muchacho cuyos paseos en Inglaterra habían consistido en jugar a los
caballitos, subir a los árboles y caer sobre boñigas de vaca, ahora estaba
nerviosamente alerta. Todos los sonidos se habían amplificado -el chasquido de
una rama me hacía volver mi mirada soliviantada alrededor. Empecé a escuchar
cosas que en mis paseos anteriores no había notado: el chapoteo de un pez gato
al saltar del agua, el tintineo de las ranas campana, el chirrido de los
grillos y el profundo "hum, hum" del búho real gigante. Sentí a los
pequeños galágidos saltando en las frondas de los árboles, escudriñándome desde
las alturas con sus ojos grandes y espantados. Y luego el inquietante grito de
las hienas, el agudo y apenado gemido del chacal, seguido del profundo y
estruendoso rugido del león, que me heló la sangre.
De
los comentarios e ilustraciones de Maisie -que en aquellos momentos tenía 12
años- se adivina a una chica en plena adolescencia, atenta a los aspectos más
hermosos y maravillosos de la vida que le rodea -su esquema, de un detalle
exquisito, sobre los diferentes compartimentos de un termitero es magnífico- y
ya habiendo aprendido de ella lo suficiente como para evitar dulcificarla. Un
ejemplo es cuando habla del sufrimiento que le ocasionan las tremendas heridas
del grupo de leones al que siguen a consecuencia de una pelea con otro grupo
rival:
Milagrosamente sobrevivieron
todos ellos y crecieron más fuertes de lo que antes habían sido. Este
acontecimiento debe haber hecho más efectivo su sistema inmunológico para
luchar contra la infección y la enfermedad. Y nos enseñó por qué no debemos
interferir con el sistema inmunológico del león tratando sus heridas, porque si
lo hubiéramos hecho seguramente les hubiéramos debilitado sus posibilidades de
supervivencia. Es duro aceptarlo,
porque amamos a estos animales y nos duele ver que sufren. Desde luego que les
ayudaríamos si quedan atrapados en una trampa humana o heridos por la actuación
de estos. Pero si naturalmente enferman o quedan heridos a consecuencia de un
accidente o una pelea con otros animales, no intervenimos.
Y aunque no lo dice explícitamente, es
bastante claro que el cambio de relaciones en la familia -la ausencia de su padre,
las atenciones de la madre hacia una nueva hermanastra, hija de Pieter, la
actual pareja de Kate- lastiman los sentimientos de Maisie. No puede evitar
expresarlo cuando nos habla de las relaciones en el grupo de leones y cómo los
cachorros que las leonas conciben con machos "externos" al grupo son
aceptados por los machos del propio grupo como suyos sin problema. Para acabar
concluyendo que las relaciones en la familia de los leones son bastante menos
complicadas que las humanas.
Y no puedo acabar este sencillo resumen
de The lion children sin poner de
manifiesto otro logro de este emocionante relato, tal vez el más interesante
del libro, y que se refiere a la educación. Pues los autores del libro
reflexionan -y nos llevan a reflexionar a nosotros- sobre el cambio en la
educación que reciben.
Kate, la madre, nunca se olvidó de la
educación de sus hijos; en realidad, creo que siempre fue su prioridad. Y
cuando comprobó que las escuelas rurales a las que los niños asistían al
principio dejaban mucho que desear, decidió convertirse ella misma en la
profesora, y establecer una home school,
con estricto horario diario y materias de estudio. Pero, sobre todo, supo
convertir cada circunstancia de la nueva vida en África en una ocasión para el
aprendizaje. Y esto supieron valorarlo los niños, y creo que nosotros, los
lectores -especialmente aquellos que de alguna u otra forma hemos estado más
relacionados con la enseñanza- sabremos igualmente apreciarlo.
Para nosotros, cada día es
una lección de biología, y somos lo bastante afortunados como para no depender
tan solo de los áridos libros de texto, pues somos enseñados directamente de la
naturaleza. (Travers)
Mucha gente se pregunta si
estamos recibiendo la suficiente cultura al vivir en la sabana. Yo creo que la
cultura que aquí recibimos es tan poco entendida, que sigue siendo un misterio
para mucha gente (...) No estoy diciendo que la educación que aquí tenemos sea
mejor que la de cualquier otro, sino que es diferente. Hay cosas que me pierdo,
como deporte, lenguas (Mamá es una frustrada lingüista), amigos con los que
trabajar, buenos y bien equipados laboratorios, y música. Me gustaría aprender
a tocar nuevos instrumentos. Pero aquí puedo ver cosas que nunca podría ver en
una clase convencional, puedo ver el objeto sobre el que estoy estudiando, y
puedo tener mucha más libertad para explorar. Aunque no es perfecta, soy
consciente de que tengo una escuela sorprendente y una profesora maravillosa,
como no hay otra en el mundo. (Angus)
Mamá demostró ser una
profesora muy inspiradora y creo que nuestro entendimiento del mundo se ha
hecho mucho más rico desde que nos enseña. Siempre nos ha explicado el valor de
lo que estábamos aprendiendo y cómo podíamos ponerlo en práctica (...) Nos
explicó cómo ver las matemáticas en la naturaleza. Una mañana nos propuso
encontrar ejemplos de hélices, espirales, números de Fibonacci, fractales,
simetrías, ángulos complementarios y suplementarios, y un montón de otros
elementos matemáticos en los alrededores de nuestro campamento. Encontramos
hélices en los cuernos del kudú, una curva invertida en el ojo de un águila, diferentes
ángulos en las ramas de los árboles y una teselación en un nido hecho con
barro.
Nos enseñaba las materias
convencionales (inglés, historia, geografía, biología, mates...) de una manera
muy original, integrando todos los elementos. Y hemos aprendido cómo nuestro
pasado ha conformado nuestro presente. Por ejemplo, no nos enseñaba exactamente
las estructuras de los virus o las bacterias, sino cómo los patógenos
(organismos que provocan enfermedades) han conformado el transcurso de la
historia (...)
Incluso
Oakley está interesado en parásitos, lo que no es sorprendente, habida cuenta
lo enguarrado que suele estar habitualmente.
(Travers, Angus,
Maisie)
En fin, podría hablar más sobre esto y dar más
citas al respecto, pero entiendo que al final la mejor estimación para determinar
la formación de estos chicos y el resultado de su formación es este propio
libro, The lion children, que recomiendo sin la menor reserva, no solo
para chicos de la edad de los autores, sino para adultos de cualquier edad.
Una reseña que te hace sentir deseos de salir corriendo a buscar este libro. En eso debería consistir escribir un comentario. Gracias, Luis, por la recomendación.
ResponderEliminarEmilio