Podría
decirse, con poco margen de error, que Toda
la vida, de Romana Petri, no es una novela escrita a la moderna pese que haya
sido publicada recientemente, tanto en Italia (Longanesi & Co., 2001) como
en España (Destino, 2012). En estos tiempos dominados por las redes sociales,
los libros digitales y el correo electrónico, y donde la narrativa moderna tiende
a rechazar la clásica historia de amor que trasciende las fronteras, Petri
vuelve la mirada y la intencionalidad atrás para entregarnos una novela a la
antigua usanza: el hombre joven que se muda a Argentina (o mejor dicho, a la Argentina, con regusto lingüístico a
añejo) para hacer las Américas tras la guerra; un único y fogoso beso que sella
una vital declaración de intenciones; una carta con recado de matrimonio dos
años después; el viaje transatlántico en barco de la novia dispuesta a iniciar
una nueva vida…
Pero
pongamos nombres a los personajes. Ella, Alcina, una mujer solitaria y áspera que
cree comunicarse con los muertos y que se niega una y otra vez la felicidad.
Él, Spaltero, un hombre diez años más joven que ella, vigoroso y tremendamente
guapo, que pese a la distancia geográfica no olvida el sueño de su niñez, nunca
marchito: casarse con Alsina.
Sintetizado
así, parecería que tenemos entre las manos una novela romanticona. No lo es:
dije una historia de amor a la antigua usanza, no una novela rosa. Petri
renuncia a ciertos elementos habituales de la moderna novela (fragmentarismo,
elección de personajes anti-heroicos, uso de la analepsis, desprecio del amor
como tema dominante, distanciamiento hacia los personajes, el hibridismo de
géneros) a favor de esa literatura que podríamos decir, casi robándole el
título al libro, “de toda la vida”, sencilla y sincera, pero literatura en
cualquier caso. La novela, con todas las diferencias que pretendamos encontrar
en esta aseveración, está más cerca de las propuestas de los autores italianos
de la posguerra (Pratolini, Moravia, Svevo o Pavese –aparte de poeta, también
novelista) que del vanguardismo de la segunda etapa de Italo Calvino, cuando
comenzó a dar rienda a su arriesgado juego
combinatorio.
Como
son pocos los personajes, la autora puede permitirse el lujo de desarrollarlos
desde dentro, sin prisas. Toda la vida
es, antes que nada, ese retrato de interiores de sus personajes, que conversan
sobre sus anhelos y sus frustraciones: Alcina, Spaltero, la Jole, el indómito perro
Venceguerra y, por encima de todos –en mi opinión el más interesante del libro–
Toni, un escritor agonista e inconsolable que no cree en ningún amor que no
venga envuelto con la belleza de una Ava Gardner. En ellos –se diría que
incluido el perro– convive la memoria de la II Guerra Mundial, que con el paso
de las décadas habrá de dejar paso a otra amenaza: la de la dictadura
argentina.
Romana
Petri (Roma, 1965) es una autora consagrada en su país, con una trayectoria
jalonada por importantes premios literarios, y codirige junto a su marido la
editorial Cavallo di Fierro. Mi primer acercamiento a su obra, Toda la vida, es una novela que sabe conjugar la buena literatura con una
apuesta narrativa por los valores tradicionales del arte de narrar los
sentimientos.
Autor: Francisco Rodríguez Criado
Francisco
Rodríguez Criado es escritor y corrector de estilo. Mi
querido Dostoievski es su última novela.
[Fragmento]
(Doy un breve fragmento de la novela que
relata una etapa de la vida de Toni, el escritor, y su hermano Sante. Elijo
este fragmento porque describe algunas de las mayores confrontaciones políticas
y sexuales de la Italia de la época):
“En
Sicilia su hermana se había quedado con sus padres. Una vida tranquila, un buen
trabajo en el hospital, un marido también médico, dos hijos. Su hermano Sante
se había reunido con él en la Argentina. Los primeros años habían vivido
juntos, pero después había pasado algo. Siempre habían sido distintos, muchas
noches habían perdido el sueño a causa de sus ideas políticas. Llegaban al
amanecer, exhaustos, sin que ninguno de los dos hubiese dado un paso por
acercarse al otro.
–No
entiendo cómo puedes apoyar a los comunistas –le decía Sante.
–Estudiamos
carreras distintas –le contestaba Toni–. El cerebro toma la forma de lo que se
aprende. ¿Cómo explicártelo, Sante? Hay cosas que hacen que el cerebro levite,
y otras que lo dejan a un nivel más…
–¿Elemental?
–No,
más primitivo. Yo he evolucionado, tú no.
–¿Quieres
hacerme tragar que una licenciatura en letras vale más que una de ingeniería?
–Desde
el punto de vista práctico, diría todo lo contrario. Pero siempre has tenido
demasiados números en la cabeza, Sante. Nunca te ha quedado sitio para las
palabras. Digamos que tenemos dos inteligencias muy diferentes. La tuya es de tipo
convergente y la mía, divergente; si supieras, Sante, cómo diverge siempre.
Después
ocurrió aquel episodio en el que Sante se había emborrachado. Había regresado a
casa y se había tumbado en el sofá con los ojos abiertos en la penumbra de la
sala, iluminada apenas por la luz de una farola de la calle que se filtraba a
través de la venta. Toni estaba en la cama, pero despierto, y al oírlo entrar
se había levantado.
–¿Te
encuentras bien? –le había preguntado.
–Tal
como me ves –le había contestado Sante, arrastrando las palabras.
–A
veces hace bien beber. Mañana se te habrá pasado todo. ¿Quieres que te haga la
cama?
–Vete
a la mierda, Toni. Sólo tienes tres años más que yo, no me hagas de mamá.
–¿Qué
tienes?
–Nada,
he pasado una velada maravillosa. Déjame en paz.
–¿Una
muchacha?
–No.
Un muchacho.
Y
después se había quedado dormido. Al día siguiente empezó la guerra. De aquella
historia ni una palabra más. Pero Sante no había olvidado la confesión hecha en
la euforia del alcohol, y a partir de entonces Toni pasó a ser su peor enemigo.
Tras unas semanas encontró otro alojamiento y se marchó. Volvieron a verse
algunas veces, sólo porque Toni lo buscaba, pero los encuentros eran fríos,
llenos de silencios. Después, cuando Toni había tratado de volver a sacar el
tema para decirle que a él no le importaba nada, que cada cual era libre de
seguir lo que le indicaba su naturaleza, Sante había perdido los estribos, se
habían abalanzado sobre él, lo había agarrado por el cuello y lo había lanzado
contra la pared.
–¡Métete
en tus asuntos! –le había gritado–. ¡Me importa un carajo lo que pienses!
Pero
como Toni era más fuerte, había conseguido soltarse e inmovilizarlo, y mientras
Sante se debatía, tratando de liberarse, lo había estampado contra el suelo y
le había dicho:
–Pues
debería importarte. Porque entre los fascistas con los que andas no sé cuántos
encontrarás dispuestos a aceptar que eres maricón. ¿Qué vas a hacer, Sante, eh?
¿Te vas a esconder toda la vida? ¿Te buscarás una mujer y te casarás con ella?
Más te vale que la elijas bien guapa, porque los que son como tú necesitan
señuelos”.
Romana
Petri, Toda la vida, Destino, 2012,
pp. 162–164. Traducción del italiano: Celia Filiperto, 2012.
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