Por Paloma González
El 3 de junio de 1835, en una aldea normanda, un joven de 20
años, conocido entre sus vecinos como «el idiota de Rivière» mata con una hoz
afilada para la ocasión a su madre, a su hermana de 18 años y a un hermano de
8.
Es sorprendido mientras comete el crimen por una vecina y,
al salir de la casa, por algunos viandantes. Con la hoz en la mano y
ensangrentado, Pierre Rivière se dirige a Vire para confesar en público su
crimen, pero acaba internándose en los bosques cercanos. Durante varias
semanas, ya dictada una orden de captura, se deja ver en pueblos y aldeas:
compra pan, un cristal, azufre y mechas, habla con los vecinos, duerme de día o
de noche en las cunetas a la vista de todo el que pase y de nuevo desaparece
para reaparecer a los pocos días. Cuando es detenido se confiesa autor del
crimen, se le recluye en prisión a la espera de su juicio y escribe una memoria
con objeto de justificar el parricidio y fratricidio.
Pierre pinta en su lúcida narración a una madre cruel, que
se complace en mortificar a lo largo de más de dos décadas a su padre, con el
que el joven, al igual que otros dos hermanos, vive desde su infancia. Alega que
mata a su madre para liberar a su bondadoso padre del sufrimiento que la maldad
de una esposa artera le infligía, que a su hermana la mata porque era igual que
su progenitora, y al hermano pequeño, el único despierto e inteligente de la
prole, como sabremos después, al que su padre adoraba, lo asesina porque este
nunca podrá perdonar un crimen tan atroz, y se alegrará de la muerte del autor,
el propio Pierre, y no le añadirá un sufrimiento adicional por su propia
desgracia.
Yo, Pierre Rivière…
no es ficción: es una insólita colección de documentos, emprendida por el
psicólogo Michel Foucault, que reúne clasificados por orden cronológico las
órdenes de búsqueda del asesino, las noticias de la prensa, los bandos y los informes
de entrega y custodia, los testimonios de los testigos, la propia memoria de
Rivière, las opiniones y diagnósticos de los médicos que asisten al parricida y
fratricida, la sentencia, las apelaciones y hasta el pliego de ciego que relata
el brutal crimen tiempo después de que se haya cometido y que altera datos de la
historia una vez esta ha pasado a ser patrimonio de la memoria colectiva.
El texto puede leerse como un documental. Uno de los temas
recurrentes a lo largo de los distintos testimonios y opiniones es si Rivière
tenía o no alteradas sus facultades mentales. Pierre Rivière escapa a las
etiquetas de las tres categorías de enfermos mentales que prevalecían en la
época y desafía el juicio de especialistas y profanos, de modo que cada uno de
ellos edifica sus argumentos a favor o en contra del estado mental del asesino sobre
cimientos distintos: su aspecto físico y su mirada huidiza, la lucidez de la
narración de un muchacho que tuvo graves dificultades en su infancia para
aprender a leer y escribir, pero que más adelante se convierte en un lector
voraz; la pertinencia de sus lecturas, entre las que figuran la Biblia y el
Catecismo; otros fundamentan sus juicios en episodios de la infancia del
asesino relatados por vecinos y glosados en la memoria; se rastrean los
antecedentes de enajenación mental en su familia, o se acaba esgrimiendo que el
crimen tiene por objeto el afán de notoriedad, como dejan traslucir los
ejemplos de asesinatos famosos y «providenciales» que cita Pierre en su
escrito.
Los documentos fueron objeto de una película dirigida por
Pierre Allio en 1976, inédita en España, que tuvo una crítica excelente, y a la
que pertenece el fotograma que representa a Rivière.
Yo, Pierre Rivière,
habiendo degollado a mi madre, a mi hermana y a mi hermano, Michel
Foucault. Trad. Joan Vinyoli. Barcelona, Ed. Tusquets, colección Fabula. 3ª
edición, 2009